jueves, 31 de marzo de 2016

El hombre que contaba historias

 Resultado de imagen de Fauno tocando y silvanos
Había una vez un hombre muy querido en su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:
-Vamos, cuenta, ¡qué has visto hoy?
Él explicaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.
-Sigue contando, ¿qué más has visto? –decían los hombres.
-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verses cabellos con un peine de oro.

Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.

Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas… Mas al llegar a las orillas del mar, he aquí que vio a tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y obligaba a danzar a un corro de silvanos. Aquella noche, cuando volvió a su pueblo, como los otros días, le preguntaron:
-Vamos, cuenta, ¿qué has visto?

Él respondió:

-No he visto nada.

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Oscar Wilde

sábado, 26 de marzo de 2016

La cola del cielo

Era tan bueno que a los ciento siete años murió de bondad.
Era tan bueno que ya llevaba otros ciento siete años haciendo cola en las puertas del paraíso, porque como no protestaba, todos los pillos y tramposos se le colaban.

Aquel hombre era tan bueno que sólo se le ocurrió dejar en la recepción del paraíso celestial, una solicitud “a quien corresponda”, firmada y sellada, pidiendo que se instalase en sitio bien visible, un dispositivo para que todos los clientes recogieran su número de turno, según fueran llegando.

Félix





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                                                                           Imagen: https://www.google.es

sábado, 19 de marzo de 2016

La máquina del tiempo


Terminó por fin de construir el maravilloso invento: La máquina del tiempo tan largamente soñada en la imaginación de todos los tiempos, se alzaba ante él como una bella realidad. Tenía la forma de un cubo de ben tamaño, de reluciente metal pulido, en cuyo interior cabía un hombre cómodamente sentado, frente a un tablero compuesto de cuadrantes, manijas, botones, palancas y demás instrumentos propios de semejante aparato. Tras lo preparativos indispensables, se dispuso a emprender el ansiado viaje. Nervioso, tomó asiento en el artefacto, hizo girar una perilla hasta que en la carátula principal apareció la fecha deseada: “UN MILLÓN DE AÑOS A. C.”, y apretando los dientes, jaló con fuerza el bastón de mando. Un zumbido vertiginoso, luces multicolores en rapidísima sucesión, la sensación de flotar en el vacío… y de pronto, la quietud total. Temeroso, pero excitado a la vez, descendió de la máquina. Se encontró en medio de una extensa planicie, rodeado de exuberante vegetación primigenia, bajo un calor húmedo, sofocante, y el extraño rumor de la vida oculta, a la sombra de los volcanes en plena actividad. Contemplaba fascinado el fantástico escenario, cuando un espantoso rugido lo hizo volverse bruscamente: una gigantesca criatura, erguida sobre sus dos patas traseras, cubierta de pelo y con rasgos humanoides, se le venía encima vomitando toda su furia irracional. Con un movimiento instintivo, echó mano del revolver que llevaba al cinto, y vació toda su carga sobre aquel primate primordial.
En el mismo instante, él mismo, y con él incontables millones de evolución, y miles de años de historia y civilización, y las vidas de millones y millones de hombres y de mujeres, se esfumaron, se desvanecieron, se perdieron en la nada. Porque en ese instante acababa de extinguirse irremediablemente el progenitor de toda la raza humana.

Jorge Marín P.

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sábado, 12 de marzo de 2016

Sólo era un nauta


Desde el principio todos los poetas han sido sus amantes. Por eso, cuando Armstrong la abandonó, no derramó la luna ni una lágrima.

Félix


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jueves, 3 de marzo de 2016


 Resultado de imagen de Una adivina

La gitana


No adivina el futuro. Lo ve, realmente lo ve, en forma de imágenes comparables a hologramas, en su bola de cristal. Son siempre retazos fútiles de la vida de sus clientes, pedazos de futuro irrelevantes pero muy claros, muy definidos. Los ve lavándose las manos en el baño de un café, tomando el sol en una playa irreconocible, rascándose un pie, echando pimienta en un plato de sopa. La experiencia le ha enseñado a obtener ciertos datos útiles a partir de esas imágenes banales. Si los ve muy envejecidos, es que tendrán una larga vida. Ciertos detalles en la ropa o en la actividad que están realizando le permite pronosticarles buena fortuna. Pero sabe que también puede equivocarse mucho. Por ejemplo, una vez vio a su propio marido manejando un automóvil de lujo poco antes de ser contratado como encargado de una playa de estacionamiento. Da lo mismo: a sus clientes, de todos modos les miente.

Ana María Shua

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