sábado, 30 de diciembre de 2017

Consecuencias

Todos los emperadores son crueles y, en consecuencia, olvidadizos. Éte también lo era. En su descuido, a veces olvidaba que la humillación tal o la tortura cual ya la había practicado en esa misma persona. Esposas, concubinas, eunucos, cocineros, ministros sin distinción.
Ahora bien, si la crueldad de un emperador es algo que está en el orden normal de los imperios, la reiteración desatinada también tiene su normal consecuencia: dieciséis entre  esposas, concubinas, y criadas, deeciden asesinarlo.
Qué cuidadosemente planeado está cada gesto. Nadie podrá asombrarse de que a esa hora de la noche las bellas, muy atentas, vayan rodeando al emperador que descnsa en su lecho. Tú lo ententendrás con tus canciones. Tú le servirás el té. A tu cargo estarán los mimos atrevidos. En fien: quien le sujetará los brazos, quien la apretará un cojín sobre la cara, quien le pasaraá al cuello el grieso cordón de seda con un nudo corredecdizo.
Lástima qu, entre las dieciséis, la encargada del nudo justiciero no haya sido capaz de iterpretarlo con la pericia que se da por sentada no sólo en un ínfimo verdugo, sino en todas las mujeres, ya que más tarde o más temprano les tocará ahorcarse. Lo que salió fue un Nudo-de-aventura, de esos ten seguros que no hay manera ni de deshacerlos ni de ceñírlos.
A pesar de los tironeos, puntapiés, arañazos, puñaladas y almohadones, los gritos del emperador arreciaban. Los guardias, que se estaban demorando esperanzados en eñ éxito de la noble fechoría, no tuvieron más remedio que intervenir.
En el forcejeo, de todos modos, el emperador perdió un ojo, y como aparte de cruel era extemadamente  vanidoso, nunca más pudo volver a presentarse en público.
A la que no había sabido hacer el nudo de horca le puso un maestro. Así fue como ella aprendió el Nudo-simple-con-engaño, el Apercibimiento-del-huidizo, el Doble-de-amor,  el Fiel-en-el-tiempo. Todos los nudos: de uso, ornamentales y ritueles. Cuando superó el último examen, ella misma fue la encargada de preparar las sogas con que se colgaron de las vigas sus quince cómplices. Ella, en cambio, después que las descolgó una por una con sus propias manos, quedó libre. Algunos dicen que tal actitud demuestra la escondida clemencia de ánimo del eperador. Otros, que se trató de agradecimiento por esa torpeza que le salvó la vida. Otros, quizá más certeramente, lo consideran un ejemplo exquisito de su crueldad. Qué mayor castigo, en efecto, que el peso de la culpa, que el recuerdo sin mengua de las quince compañeras muertas a cusa de una ineficiencia frívola.
Día tras día, inmóvil, sentada en el último pabellón, ella miraba el muro más allá del estanque. No volvió a hablar con nadie.
Una tarde, cuando fueron a buscarla para encerrarla en el sótano como todas las veces a esa hora, había desaparecido. El emperador no se molestó en dragar el estanque.
-Lo que ha hecho es la natural consecuencia de su rebeldía, comentó, y dado que aspiraba a la fama de poeta, improcisó estos versos, que consideró los más adecuados  para la ocasión ente los que le preparaban sus escribas:

Buena obra es
la del arrepentimiento
cuando la humilde carpa
encuentra su provecho.

Los cortesanos festejaron concienzudamente. Ella, lo que había hecho cuando nadie la vigilaba, era fijar una soga con un  Nudo-de-contrabandista en la tapia que cerraba el jatdín y escalarla, escapar razonablemente lejos e instalarse, bajo otro nombre, en otra corte, dinde vivió largos años, y con holgura, del arte que había aprendido.


Rosalba Campra

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sábado, 23 de diciembre de 2017

Regresión

En mi jubilación, una cena y dolor de cabeza.
Al acostarme, un olor agradable y antañón parecía salir del  armario.

Abrí la puerta: un sol me atropelló, y un sombrero de niño, y un río con su puente, una espiga, un lagarto, una amapola y aquel espantapájaros que pergeñó mi abuelo.

Félix

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jueves, 14 de diciembre de 2017

El beso

Érase una vez una muchacha y un joven. Estaban sentados en una piedra, en una punta de la tierra que se adentraba en el mar, y las olas golpeaban hasta tocar sus pies. Estaban sentados, callados, cada uno en sus pensamientos, y vieron ponerse el sol.
Él pensó que tenía muchas ganas de besarla. Su boca parecía hecha para eso. Había visto chicas más hermosas y, en realidad, estaba enamorado de otra, pero  no creía poder besarla nunca, ya que era un ideal y una estrella, ya las estrellas uno no puede desear poseerlas. Ella pensó que querría que él la besara, porque entonces tendría una oportunidad de enojarse con él y mostrarle lo mucho que lo despreciaba. Se levantaría, levantando sus faldas y ajustándolas en torno a sí; lo miraría con mirada cargada de helada burla y se iría derecha y sin prisas innnecesarias. Pero para que no pudiera adivinar loque pensaba, dijo en voz baja, muy lentamente:
-¿Cree usted en otra vida después de ésta?
Él pensó que sería más fácil besarla si contestaba que sí. Pero no recordaba bien cómo había respondido en otra oportunidad a la misma pregunta y tuvo miedo de contradecirse. Por eso la miró profundamente a los ojos y dijo:
-Hay momentos en que creo que sí.
Esa respuesta agradó a la chica enormemente y pensó: De todas maneras, me gusta su pelo y también la frente. Es una lástima que la nariz sea tan fea y que no tenga una posición. Es sólo un estudiante Con un novio como ese no la envidiarían sus amigas.
Él pensó: Ahora, decididamente, puedo besarla. Pero tenía mucho miedo: no había besado antes a ninguna joven de buena familia, y se preguntaba si sería peligroso. Su padre dormía, tumbado en una hamaca, no muy lejos de allí, y era alcalde de la ciudad.
Ella pensó: ¿Será quizá mejor que le de un bofetón cuando me bese? Y pensó de nuevo: ¿Por qué no me besa, es que soy fea y desagradable?
Y se inclinó sobre el gua para mirarse reflejada, pero su retrato se rompió en las olas que salpicaban.
Pensó a continuación: Me pregunto qué sentiré cuando me bese. En realidad, la habían besado una sola vez, un teniente, después de un baile en el hotel de la ciudad. Pero olía muy mal, a cigarros y a ponche. Y ella se había sentido un poco halagada de que la hubiera besado, ya que era un teniente, pero, por otra parte, ese beso no había sido gran cosa. Y, además, lo odiaba, porque después del beso ni la había propuesto matrimonio ni había vuelto a mirarla.
Mientras estaban allí sentados, cada uno en sus pensamientos, el sol se puso y oscureció.
Y él pensó: Ya que está  todavía sentada a mi lado y el sol se ha ido, quizá no tenga nada en contra de que la bese.
Y lentamente le pasó un brazo sobre los hombros.
Eso ella no lo habá previsto. Había creído que la besaría sin más preámbulos y entonces ella le daría una bofetada y se iría como una princesa. Ahora no sabía qué hacer; quería enfadarse con él, pero no quería perder la oportunidad de ser besada. Por eso se quedó sentada completamente quieta.
Entonces él la besó.
Era mucho más extraño de lo que ella había pensado; sintió que se quedaba pálida y sin fuerzas, y que se había olvidado totalmente de darle un bofetón, y de que no era nada más que un instudiante.
Pero él pensó en un pasaje del libro de un médico muy religioso, llamado La especie femenina, en donde decía: Pero cuidado con dejar que el abrazo matrimonial se supedìte al dominio de las pasiones. Y pensó que debía ser muy difícil cuidarse si un solo beso podía ya hacer tanto.
Cuando salió la luna, estaban todavía sentados besándose.
Ella le susurró al oído:
-Te amé desde el primer momento en que te vi.
Y él respondió:
-Para mí no ha habido otra como tú.


Hjalmar Söderberg

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jueves, 7 de diciembre de 2017

Vocales indignadas

Cansadas las vocales del uso grosero que el hombre civilizado daba a la palabra, decidieron hacer huelga indefinida.
Los poetas se asilvestraron,  regresaron a la época anterior a las pinturas rupestres y el más eximio recitó este poema de amor:

“Grrrr zzzzlm mcnnnt,
tssss rrrrml  nnttmc.
¡ttrrggggg!

Mcnnnt zzzzim grrrr”.

Félix

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viernes, 1 de diciembre de 2017

El exterminio de la especie

En los mitos del diluvio o los que hacen referencia a otras catástrofes naturales (sequías, terremotos, erupciones volcánicas), es siempre la misma incertidumbre, en todas las culturas, lo que retiene en el instante final es  la ira divina. Si se extermina a la humanidad entera, ¿quién colmará los templos, quién cumplirá con los ritos, quién ofrecerá holocaustos, quién servirá y adorará a los dioses? Aquí estamos nosotros para solucionar ese problema: somos eficientes, somos profesionales, tenemos experiencia comprobable en otros planetas. Ahora pueden actuar sin límites.

Ana María Shua


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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Ni cura ni arroz


Encontré por internet una ganga de viaje a Venus, por 3’90 euros y decidí ir a pasar allí el fin de semana. La venusina con la que ligué, tenía una trompetilla en vez de labios. Al besarla, salió de su interior la Marcha Nupcial de Mendelssohn. Sus padres me obligaron a casarme, pero soy feliz: voy a ser papá.

Félix

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jueves, 16 de noviembre de 2017

Semos malos

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Goyo Cuestas y su cipote hicieron un arresto y se jueron para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja a la bandolera; el muchacho, la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de lata monstruosa que perjunaba con música.
-Dicen que en Honduras abunda la plata.
-Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen
-Apura el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.
-¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.
-Apechálo, no siás bruto.
Apiaban para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con acote. En el bosque de zunzas, las taltuzas comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamalecón salvaje. Por dos veces bían visto el rastro de la culebra carretía, angostito como fuella de pial. Al sesteyo, mientras masticaban las tortillas e el queso de Santa Rosa, ponían un fostró’’. Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el tata maldecía y se reiba sus ratos.
El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de pasantes. Por eso, al crepúsculo. Goyo y su hijo se internaban en la montaña: limpiaban un puestecito al pie diún palo y pasaban allí la noche, oyendo cantar los chiquirines, oyendo zumbar los zancudos culuazul, enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y miedo.
-¡Tata; brán tamagases?...
.Noijo, yo ixaminé el trinco cuando anochecía y no tiene cuevas.
-Sí juma, jume bajo el sombrero, tata. Sí miran la brasa,  nos hallan,
-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.
-Es que currucado no me puedo dormir luego.
-Estírate, pué
-No puedo, tata, mucho yelo
-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué
Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía cotra su pestífero pecho, duro como un tapexco; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara añudada de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros clareyos los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la manga rota, sucia y rayada como una cebra.
Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel. Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres Hasta Chamalecón no llega su ley; hasta allí no llega la justicia. En la región se deja –como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre alvedrío. El dercho es claramente del más fuerte.
Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar chingastes de palta sobre el  artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado olisco.
-Te dijo que es fológrafo.
-¿Vos bis visto cómo lo tocan?
-¡Ajú!... En los bananales los ei visto
-¡Yastuvo!
La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.
Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los blanquiyos manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su cipote huían a pedazos en los picos de los zopes; los armadillos habíanles ampliado las  heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas talvez para un sauce, tal vez para un pino
Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada.Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y descrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándalo en el agua tranquila de la noche.
Cantaba un hombre de fresca voz una canción triste, con guitarra.
Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la prima lamentaba una injusticia.
Cuanjdo paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron
Uno de ellos se echó a llorar en la manga. El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo barrioso, donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:
-Semos malos.
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.


Salarrué

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