domingo, 28 de mayo de 2017

Nómada y  primaveral

Una mañana indeterminada de cada primavera, el sonido de un cuerno distinto al de nuestro doméstico pastor, rasgaba el silencio, despertando al pueblo. Todos sabíamos que el cabrero Gaspar, itinerante y puntual, nos visitaba.
Venía Gaspar con su cabrada profusa y variopinta de chivas negras, blanquinegras, marrones…; chivas grávidas, a punto de parir, recién paridas…; chotillos juguetones de trompeta apuntada; cabrones perfumados de olores sicalípticos y cuernos retorcidos… Venía acompañado de dos anónimos perrillos viejos y fatigados, con los que conversaba y compartía confidencias.
Gaspar instalaba su tenderete en medio de la plaza. Alrededor, y en calles aledañas, dejaba que el rebaño se acomodara a su gusto, buscando afinidades. El pueblo en su totalidad era ocupado, siendo el porche de la iglesia  el aprisco más solicitado, al que con más devoción acudían las cabrillas.
Gaspar y su rebaño permanecían en el pueblo tres días. De mañana efectuaba el ordeño y las mujeres hacían cola para comprarle un jarro de leche. Con la sobrante confeccionaba de forma artesanal y misteriosa unos quesillos de fuerte aroma que vendía por unas monedas y que también tenían gran aceptación.

Puntual e itinerante, Gaspar levantaba su campamento con las primeras luces del tercer día. Las mujeres más madrugadoras se aprestaban a limpiar de cagarrutas sus portales, mientras a lo lejos se iban apagando las esquilas.

Félix

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domingo, 21 de mayo de 2017

Rutinas

A mediados de 1974 explotaban en Buenos Aires diez o doce bombas por la noche. De distinto signo, pero explotaban. Despertarse a las dos o las tres de la madrugada con varios estruendos en cadena, era casi una costumbre. Hasta los niños se hacían a esa rutina.
Un amigo porteño empezó a tomar conciencia de esa adaptación a partir de una noche en que hubo una fuerte explosión en las cercanías de su apartamento, y su hijo, de apenas cinco años, se despertó sobresaltado.
-¿Qué fue eso?, –preguntó.
Mi amigo lo tomó en brazos, lo acarició para tranquilizarlo, pero, conforme a sus principios educativos, le dijo la verdad:
-Fue una bomba.
-¡Qué suerte!, –dijo el niño., Yo creí que era un trueno.


Mario Benedetti

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domingo, 14 de mayo de 2017

¡... y no mires con quién!

Me despertaba al calor dulce de su cuerpo.
-Te quiero, Luis- y ella posó su palma sobre mi pecho.
-¿Luis? ¡Marta, yo soy Jorge! –dije yo.

-¡Y yo Isabel! -me dijo.

Félix

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domingo, 7 de mayo de 2017

Ángeles

Apostados cada uno en una esquina de la cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse. El niño rompió a gritar y su madre trató de convencerle de que los monstruos no existen. Ellos bajaron la cabeza, avergonzados, y ocultaron su fealdad tras sus alas.

Espido Freire.


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