Nómada
y primaveral
Una mañana indeterminada de cada primavera, el sonido de un cuerno
distinto al de nuestro doméstico pastor, rasgaba el silencio, despertando al
pueblo. Todos sabíamos que el cabrero Gaspar, itinerante y puntual, nos
visitaba.
Venía Gaspar con su cabrada profusa y variopinta de chivas negras,
blanquinegras, marrones…; chivas grávidas, a punto de parir, recién paridas…;
chotillos juguetones de trompeta apuntada; cabrones perfumados de olores
sicalípticos y cuernos retorcidos… Venía acompañado de dos anónimos perrillos
viejos y fatigados, con los que conversaba y compartía confidencias.
Gaspar instalaba su tenderete en medio de la plaza. Alrededor, y en
calles aledañas, dejaba que el rebaño se acomodara a su gusto, buscando
afinidades. El pueblo en su totalidad era ocupado, siendo el porche de la
iglesia el aprisco más solicitado, al
que con más devoción acudían las cabrillas.
Gaspar y su rebaño permanecían en el pueblo tres días. De mañana
efectuaba el ordeño y las mujeres hacían cola para comprarle un jarro de leche.
Con la sobrante confeccionaba de forma artesanal y misteriosa unos quesillos de
fuerte aroma que vendía por unas monedas y que también tenían gran aceptación.
Puntual e itinerante, Gaspar levantaba su campamento con las primeras
luces del tercer día. Las mujeres más madrugadoras se aprestaban a limpiar de
cagarrutas sus portales, mientras a lo lejos se iban apagando las esquilas.
Félix
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