martes, 30 de octubre de 2018


La gran dolorosa del mar

Me ofrecieron la casa con tantas facilidades, sin apenas discutir la renta, que me fue dado sospechar algún enredo en el lugar o en el contrato.
La casa lindaba con una playa de infinita arena. El mar parecía una lejana imposibilidad, una promesa inalcanzable. Por lo demás, todo era silencio.
Sin embargo, el primer día ya supe de la mujer. Los días sucesivos me acostumbraría a su historia insólita.
La veía correr por la playa. Vestida de negro era la Gran Dolorosa del Mar. Huía incansablemente, como tantos mitos de crónicas que confunden la realidad con el sueño. Lo más curioso fue descubrir cómo las gaviotas la perseguían con una ferocidad impropia de su especie.
También la tarde que abandoné la casa, la mujer seguía huyendo.

Rafael Pérez Estrada

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martes, 23 de octubre de 2018


Y no había bebido

Me he levantado de madrugada, al oír los desaforados gritos de mi huésped.
-¡Tente, ladrón, malandrín, follón! –decía el pobre hidalgo, espada en mano.
Creyendo luchar contra el gigante, me había acuchillado siete cueros de vino
Mi mujer quería matarle y mi criada Maritormes se reía. Pero no puedo sino perdonar a este pobre manchego que está como una cabra, jajaja,

Félix

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jueves, 18 de octubre de 2018


Espantapájaros

Nunca he dejado de llevar la vida humilde que puede permitirse un modesto empleado de correos. ¡Pues! Mi mujer –que tiene la manía de pensar en voz alta y de decir todo lo que le pasa por la cabeza- se empeña en atribuirme los destinos más absurdos que pueden imaginarse.
Ahora mismo, mientras leía los diarios de la tarde, me preguntó sin ninguna clase de preámbulos:
-“¿Por qué no abandonaste el gato y el hogar? ¡Ha de ser tan lindo embarcarse en una fragata!... Durante las noches de luna, los marineros se reúnen sobre cubierta. Algunos tocan el acordeón, otros acarician una mujer de goma. Tú fumas la pipa en compañía de un amigo. El mar te ha endurecido las pupilas. Has visto demasiados atardeceres. ¿Con qué puerto, con qué ciudad no te has acostado alguna  noche? ¿Las velas serán capaces de brindarte un horizinte nuevo?  Un día en que la calma ya es una maldición, bajas a tu cucheta, desanudas un pañuelo de seda, te ahorcas con una trenza de mujer.”
Y  no contenta con hacerme navegar por todo el mundo, cuando hace dieciséis años que estoy anclado en el correo:
-“¿Recuerdas las que tenía cuando me conociste?... En ese tiempo me imaginaba que serías soldado y mis pezones se incendiaban al pensar que tendrías un pecho áspero, como un felpudo.
“Eras fuerte. Escalaste los muros de un monasterio. Te acostaste con la abadesa. La dejaste preñada. ¿A qué tiempo, a qué nación pertenece tu historia?... Te has jugado la vida tantas veces, que posees un olor a barajas usadas. ¡Con qué avidez, con qué ternura yo te besaba las heridas! Eras brutal. Eras taciturno. Te gustaban los quesos que saben a verija de sátiro…y la primera noche, al poseerme, me destrozaste el espinazo en el respaldo de la cama.”
Y como me dispusiera a demostrarle que lejos de cometer esas barbaridades, o he ambicionado, durante toda mi existencia,  más que ingresar en el Club Social de Vélez Sársfield:
“Ahora te veo arrodillado en una iglesia con olor a bodega. Mírate las manos; sólo sirven para hojear misales. Tu humildad es tan grande que te avergüenzas de tu pureza, de tu sabiduría. Te hincas, a cada instante para besar las hojas que se quejan y que suspiran. Cuando una mujer te mira, bajas los párpados y te sientes desnudo. Tu sudor es grato a las prostitutas y a los perros. Te gusta caminar, con fiebre, bajo la lluvia. Te gusta acostarte, en pleno campo, a mirar las estrellas…
“Una noche –en que te hallas con Dios- entras en un establo, sin que nadie te vea, y te estiras sobre la paja, para morir abrazado al pescuezo de una vaca.”

Oliverio Girondo

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viernes, 12 de octubre de 2018


Noche de “picos pardos”

¿Quieres que esta noche vayamos a la caza de Isabela? –me dijo Fortunato. Imaginé una ventura inédita y bien remunerada de emociones. Imaginé una Isabela hermosa, desinhibida y juguetona. Conociendo a mi amigo, no me escandalizó el término “cazar”, y acepté de inmediato. Quedamos a las diez. La noche era de agosto, calurosa y estrellada, muy prometedora.
Vi a Fortunato llegar y no comprendí nada. Venía con las manos ocupadas. Traía una linterna, una red aérea y una cesta con no sé cuántos botecitos de cristal con su tapa de rosca. “¿Ves? –dijo-, como sabes, las Isabelas vienen a la luz. Ojalá tengamos suerte”.
No supe qué decir. Después de unos momentos de estupor, comprendí que se trataba de mariposas; disimulé cuanto pude y exclamé: “¡Qué bien, será tan emocionante…!

Félix

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domingo, 7 de octubre de 2018


La estepa rusa

Cuando yo fui monaguillo, anduve un día por a estepa rusa; aunque yo la estepa rusa sólo la he visto en una lámina de la enciclopedia de la escuela y en un libro muy grande de estampas que había allí, y, otra ¡vez, en un cine que pusieron: una gran extensión de tierra, blanca y dura por la helada, y como con cristalillos incrustados; o como una sábana inmensa, cuando estaba nevada, que no se acababa nunca, y, no se veían nada más que de vez en cuando unos árboles y un pueblo, o una iglesia  con las torres redondas.
Y así, también era, cuando íbamos aquel cura don Agustín, y nosotros Alipio y yo, que éramos los monaguillos y le acompañábamos, nosotros montados en la burra, y a pie don Agustín, y todo estaba blanco de la escarcha, como si hubiera nevado o mas; y aunque sólo era dos kilómetros hasta el otro pueblo, parecía una estepa, y era muy bonito; que sólo cuando estábamos ya encima vimos el humo de alguna chimenea, y nos parecía el pueblo blanco un barco, o como el chorro de una ballena dijo Alipio, a ver si don Agustín nos contaba lo de la ballena de Jonás que tanto nos gustaba. Pero don Agustín no hablaba. Íbamos a enterrar a un hombre pobre, que era muy joven y se había caído de un andamio, y cuando ya llegó el médico estaba agonizando, que no se podía haber salvado, dijo. Y su  mujer no quería enterrarlo, porque no se quería separar de aquel cuerpo. Se había casado en noviembre, y ese día de los santos Inocentes ya estaba allí muerto.
Habían sido los vecinos los que habían avisado a don Agustín a nuestro pueblo, porque el otro pueblo era sólo una alquería con seis o siete casas, y fuimos también nosotros porque allí los chicos eran todavía muy pequeños y no podían hacer de monaguillos. Pero cuando llegamos, comenzó a gritar como una loca, y luego ya, a llorar muy despacio que es lo que te da más tristeza, y tuvieron que sujetarla unos hombres mientras don Agustín comenzó a cantar las cosas tan tristes del entierro, y nosotros contestábamos. El ataúd iba en un carro, porque no había más hombres para llevarlo, y así fuimos hasta el camposanto que estaba todo blanco también como en el libro de estampas de la escuela donde se veía también una tumba, sólo que allí junto a unos árboles que la cobijaban, y aquí era como un cuchitril con yerbajos y diez o doce cruces viejas. Así que ya lo enterramos al hombre pobre, y nos volvimos: nosotros otra vez en la burra y a pie don Agustín, como a la ida. Y como ya estaba casi anocheciendo, se parecía que íbamos por la estepa rusa, y era muy bonito. Pero que si era verdad, don Agustín, decía Alipio y le decía yo que le preguntase, que a Jonás se lo había tragado una ballena, y, luego, lo había devuelto sano y salvo. Pero don Agustín no hablaba. Y entonces, le decía yo a Alipio que le preguntase si era verdad, don Agustín, que la burra de Balaán vio una vez un ángel. Pero don Agustín no hablaba: y sólo ya, cuando estábamos llegando al pueblo de vuelta, aunque todavía parecía muy lejos, dijo de repente don Agustín: ¡Pobrecilla mujer!” ¿no?. Y ya nos callamos también nosotros, arropándonos bien con la manta y continuamos andando; todavía mucho tiempo, nos pareció a nosotros.

José Jiménez Lozano

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martes, 2 de octubre de 2018

¡Para lo que hay que ver…! 

 -Total…, no tienes Polifema, sólo ovejas… -le dijo Ulises al cíclope, mientras aceraba en el fuego el palo cegador. 

 Félix 

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