viernes, 28 de diciembre de 2018


Coincidencia

-¡Segismundooooo! -tronó la voz del profesor y me desperté con ojos asustados.- ¿De qué obra estamos hablando?
Muy aturdido, llegué a la conclusión de que aquello era la clase de literatura de Don Andrés Melgoso.
-Un cero para usted. Y ahora, Antoñito, dígale a su compañero  Segismundo de qué obra se trata.
-De La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca -dijo sin respirar el empollón.

Félix
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domingo, 23 de diciembre de 2018


Imagínese

En la oscuridad, un montón de ropa sobre una silla puede parecer, por ejemplo, un pequeño dinosaurio en celo. Imagínese entonces, por deducción y analogía, lo que puede parecer en la oscuridad el pequeño dinosaurio en celo que duerme en mi habitación.

Ana Marúia Shua

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lunes, 17 de diciembre de 2018


Ni eso

-¡Vamos a ser papás! -le dije, emocionada, al encontrarnos.
Instintivamente sus ojos vinieron a mi vientre. Agachó la cabeza y se marchó. Ni un “ahí te quedas” dijo.


Félix

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miércoles, 12 de diciembre de 2018


Sobre el abismo del mar

Siendo ya un anciano, Turgueniev recordó que de joven hizo una vez la travesía de Hamburgo a Inglaterra en un mercante en el que era el único pasajero, si exceptuamos una hembra de mono que un comerciante hamburgués le enviaba a su corresponsal en Londres. La mona iba encadenada y se pasaba el tiempo forcejeando con la cadena y gimiendo. Cuando el joven Turgueniev pasaba delante de ella, la pobre extendía hacia él su manita. Turgueniev se la tomaba y el animal dejaba de quejarse y se tranquilizaba. El mar y el viento se mantuvieron en calma durante el viaje y sólo avanzaron porque el barco tenía un motor de vapor. A veces veían alguna foca que asomaba a la superficie y se volvía a zambullir sin conseguir remover el agua. El capitán, que constantemente escupía sobre el mar inmóvil, frustraba con monosílabos los intentos de entablar conversación del joven Turgueniev, que siempre acababa buscando la compañía de la monita. Ésta le alargaba la mano y abandonaba su agitación. Se apoyaba en él y así permanecían horas, contemplando el mar. A veces Turgueniev sentía que él era la madre para aquella hembra.

Emilio Gavilanes

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viernes, 7 de diciembre de 2018


Rescoldo

Quise crear un huracán de ira para aventar las cenizas de nuestro amor y me encontré con el tizón de tus labios y las ardientes ascuas de tus ojos.

Félix

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sábado, 1 de diciembre de 2018


Hacerse el muerto

¿Por qué nos gusta hacernos los muertos? ¿Se trata de una costumbre sádica, como se quejan nuestros amigos o cónyuges más sensibles? ¿Por qué nos fascina de niños, y seguimos siendo niños, quedarnos deliberadamente inmóviles como momias de nuestro propio futuro? ¿De dónde sale este placer ácido que sentimos asintiendo al cadáver que todavía no somos? La explicación es sencilla, y por tanto misteriosa.
Al ver todo mientras no miramos nada, al pensar sin hacer ningún esfuerzo por seguir pensando, al notar en nosotros, con poderosa certeza, la selva de las arterias y la montaña rusa de los nervios, no sólo confirmamos que estamos vivos sino algo incluso más impresionante: experimentamos nuestra única, pequeña, modesta forma de trascendencia. Sobrevivirnos a nosotros mismos.
Derrotamos a la muerte jugando.

Andrés Neuman

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