El Búho
Antes de devorarlas, el búho dirige
mentalmente a sus presas. Nunca se hace cargo de una rata entera si no se ha formado un previo concepto de cada una de sus partes. La actualidad del manjar
que se palpita en sus garras va haciéndose pasado en la conciencia y preludia
la operación analítica de un lento devenir intestinal. Estamos ante un caso de
profunda asimilación reflexiva.
Con la aguda penetración de sus garfios,
el búho aprehende directamente el objeto y desarrolla su peculiar teoría del
conocimiento. La cosa en sí (roedor, reptil o volátil) se le entrega no sabemos
cómo. Tal vez mediante el zarpazo invisible de una intuición momentánea: tal
vez gracias a una lógica espera, ya que siempre nos imaginamos el búho como un
sujeto inmóvil, introvertido y poca dado a las efusiones cinegéticas de
persecución o captura. ¿Quién puede asegurar que para las criaturas idóneas no
hay laberintos de sombra, silogismos oscuros que van a dar a la nada tras la
breve cláusula del pico? Comprende el búho que equivale a aceptar esta premisa.
Armonioso capitel de plumas trabadas que apoya una metáfora griega; siniestro reloj de sombra que marca en el espíritu una hora de brujería medieval: ésta es la imagen bifronte del ave que emprende el vuelo al atardecer y que es la mejor viñeta para los libros de filosofía occidental.
Juan José Arreola
Imagen:https://www.blogger.com/
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