miércoles, 13 de marzo de 2024

La travesía

Morena y baja. Sumisa. Apenas un relámpago en los ojos cuando se le tiró encima desde el mismo caballo. Que los otros recogieran víveres, él tenía más hambre de mujer que de comida. Y siempre habría algo después de la ruca, cuando sus tripas pegadas le avisaran la razón por la que estaba allí.

Ahora, satisfecho, podía regodearse con los senos oscuros, con esa carne generosa que se le entregaba para montarla una y otra vez en medio de oleadas de olor a hembra que le sacarían por fin de las narices el hedor de los muertos y borrarían con sus gemidos el alarido de los buitres que los habían acompañado en horrendo cortejo de ese camino interminable.

Apoderarse de Chili, mientras penetraba nuevamente a la mujer. Volver a Sierra Brava, yo, Juan González; volver rico y joven, hacerme de las tierras que son mías, buscar una mujer digna de mí, una heredad, vivir. Él no era como el Tuerto, que con todo lo admirable que era como jefe, estaba condenado a permanecer para siempre en esas tierras inhóspitas, juntando la riqueza de la Nueva Toledo para un hijo mestizo porque el manchego no era nadie en la Patria, apenas si un indiano más, iletrado e ilegítimo, incapaz de lucir otro apellido que el de su tierra origen.

A mí no me pasará así, mordiendo ferozmente las nalgas firmes, apretando los brazos tostados y fuertes, buscando, buscándola en un dolor insaciable, buscando también ese oro esquivo que corría en dichos de boca en boca, pero que no quería aparecer para que él cumpliera sus sueños y pudiera cargar un barco que lo llevara a España, antes que la locura exuberante de esta tierra nueva lo agarrara a él también y lo transformara en otro Almagro, buscando siempre más allá del horizonte.

Para Juan González era la primera aventura. Y la última gritó a la india en un: ¡Dime Juan! ¡Dime Juan! Desesperado, porque hacía meses que no oía su nombre en garganta de mujer; asustándola en el forcejeo feroz de dónde está el oro, porque a ratos parecía que nunca llegarían, porque tú no entiendes mi idioma ni puedes pronunciar mi nombre, porque yo no entiendo tampoco tu cara impávida, porque ahora cuando te deje, desgraciada, tendremos que subir nuevamente la quebrada hacia el desierto y seguir y seguir.

Margarita Niemeyer

Imagen:https://www.blogger.com/

miércoles, 6 de marzo de 2024

El tapiz del virrey

Cuando el virrey subió a su coche con la virreina, para dirigirse al baile en casa del marqués, el criado mulato se quedó escondido en un rincón del patio, hasta que cesaron todos los ruidos del palacio. Sacó entonces una inmensa llave, y abrió la puerta del salón central. Encendió una antorcha y se situó ante el gran tapiz que adornaba el fondo del salón, y que representaba una hermosa escena de bacantes y caballeros desnudos.

El mulato extendió las manos y acarició el cuerpo de una Diana que se adelantaba sobre el tapiz. Murmuraba en voz baja, hasta que de pronto gritó:

-¡Venid! ¡Danzad!

Los personajes tomaron movimiento y fueron descendiendo al salón. Comenzó la música del Sabbat, y la danza de los cuerpos en medio de las antorchas. Ante el mulato, los personajes del tapiz iban cumpliendo el rito de adoración al macho cabrío.

Diana permanecía a su lado, besándole de vez en cuando con golosa codicia.

Después de consumidas las viandas del banquete, vino el momento de la fornicación, hasta que sonó el canto del gallo y los personajes se fueron metiendo uno tras otro en el tejido. Sólo quedaron trenzados en el suelo, Diana y el mulato, al cual encontraron a la mañana siguiente desnudo y muerto en el suelo con unos desconocidos pámpanos manchados de sangre en la mano. Diana no estaba en el tapiz

Pedro Gómez Valderrama

Imagen:https://www.blogger.com/

jueves, 29 de febrero de 2024

 Pobreza

Los senos de aquella mujer, que sobrepasaban pródigamente a los de una Jane Mansfield, le hacían pensar en la pobreza de tener únicamente dos manos.

Edmundo Valdés

Imgen:https://www.blogger.com/

viernes, 23 de febrero de 2024

El fabulista y sus críticos

En al Selva vivía hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio.

Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.

Augusto Monterroso

Imagen:https://www.blogger.com/

domingo, 18 de febrero de 2024

El tiempo de Borges

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un  fuego que me consume, pero yo soy el fuego: el Mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

Jorge Luis Borges

Imagen:https://www.blogger.com/

lunes, 12 de febrero de 2024

El conejo y el león

Un célebre psicoanalista se encontró cierto día en medio de la selva, semiperdido. Con la firmeza que dan el instinto y el afán de investigación logró finalmente subirse a un altísimo árbol desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.

Al caer la tarde vio aparecer, por una lado, al Conejo; por otro, al León. En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.

El León estremeció la selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, miró un instante a los ojos del león, dio media vuelta y se alejó corriendo.

De regreso a la ciudad el célebre psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la selva, y el conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto , conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

Augusto Monterroso

Imagen:https://www.blogger.com/

lunes, 5 de febrero de 2024

El árbol

Vivo en una casa no lejos de la carretera. Junto a esa carretera, a la entrada de la curva, crece un árbol.

Cuando yo era niño, la carretera aún era un camino de tierra. Es decir, polvorienta en verano, fangosa en primavera y en otoño, y en invierno cubierta de nieve igual que los campos. Ahora es de asfalto en todas las estaciones del año.

Cuando yo era joven, por el camino pasaban carros de campesinos arrastrados por bueyes, y sólo entre la salida y la puesta del sol. Los conocía todos, porque eran de por aquí. Eran más raros los carros de caballos. Ahora los coches corren por la carretera de día y de noche. No conozco ninguno, aparecen de no se sabe dónde y desaparecen hacia no se sabe dónde.

Sólo el árbol ha quedado igual, verde desde la primavera hasta el otoño. Crece en mi parcela.

Recibí un escrito de la Autoridad. Existe el peligro –decía el escrito- de que un coche pueda chocar contra el árbol, ya que el árbol crece en la curva. Por lo tanto, hay que talarlo. Me quedé preocupado. Llevaban razón. Efectivamente, el árbol está junto a la curva, y cada vez hay más coches que cada vez corren más rápido y sin prudencia. En cualquier momento puede chocar alguno contra el árbol. Así que tomé una escopeta de dos cañones, me senté bajo el árbol y, al ver acercarse al primero, disparé. Pero no acerté. Por eso me arrestaron y me llevaron a juicio.

Traté de explicar al tribunal que había fallado únicamente porque mi vista ya no es buena, pero qe si me dieran unas gafas seguro que acertaba. No sirvió de nada.

No hay justicia. Es verdad que un coche puede chocar contra un árbol y dañarlo. Pero sólo con que me dieran unas gafas y algo de munición, me quedaría sentado vigilando. ¿A qué tanta prisa para talar un árbol si hay otros métodos que pueden protegerlo den un accidente?

Y no les costaría nada, aparte de la munición. ¿Acaso es un gasto excesivo?

Alawomir Mrozek

Imagen:https://www.blogger.com/