domingo, 31 de enero de 2021

Sorprender

Los artistas de circo nos preguntamos con desesperación cómo sorprender a los espectadores. Ser perfectos en la tradición no basta. Intentamos, entonces, el exceso en las suertes conocidas: un salto mortal con cinco vueltas en el aire, hacer malabarismos con diez yunques y diez plumas, tragarnos un paraguas, o un poste del alumbrado, sostener una pirámide humana en la cuerda floja, entrar a una jaula con trescientos cincuenta leones y dos tigres, hacer desaparecer para siempre a los enemigos de una persona del público elegida al azar. ¿Cómo sorprender a los espectadores? En los nuevos circos, adornamos los viejos trucos con el vestuario, con la coreografía, con las luces, con la cantidad de personas en escena. A medida que envejecemos, el exceso nos cuesta demasiado y ya no somos lo bastante bellos, lo bastante elásticos, lo bastante ingeniosos para tomar parte de los nuevos circos. ¡Cómo sorprender a los malditos, a los cínicos espectadores que ya lo han visto todo? En un intento de obtener el espectáculo supremo, nos dejamos morir entre aplausos sobre la arena y no es suficiente, no es suficiente, eso lo hace cualquiera.

Ana María Shua

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lunes, 25 de enero de 2021

Epitafio de una perra de caza

La Galia me vio nacer, la Conca me dio el nombre de su fecundo manantial, nombre que yo merecía por mi belleza. Sabía correr, sin ningún temor, a través de los más espesos bosques, y perseguir por las colinas al erizado jabalí. Nunca las sólidas ataduras cautivaron mi libertad; nunca mi cuerpo, blanco como la nieve, fue marcado por la huella de los golpes. Descansaba cómodamente en el regazo  de mi dueño o de mi dueña y mi cuerpo fatigado dormía en un lecho que me habían preparado amorosamente. Aunque sin el don de la palabra, sabía hacerme comprender mejor que ningún otro de mis semejantes; y, sin embargo, ninguna persona temió mis ladridos.

Petronio

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martes, 19 de enero de 2021

La tortura

La palabra mártir viene del griego, y significa: ‘El que da testimonio’. En los años de la dictadura militar brasileña, fray Tito dio testimonio de indignación entre los indignos, y fue por ello encarcelado y atormentado una vez y dos y muchas veces. Después marchó al exilio.

Se fue, pero se quedó. Estaba libre en Francia, pero seguía preso en Brasil. Nada sabían de geografía los sacerdotes y los amigos que le decían y repetían que el país de sus verdugos quedaba lejos, al otro lado del océano. Él era el país donde sus verdugos vivían.

Durante más de tres años, no le dieron tregua. En los conventos de París y de Lyon y en los campos del sur de Francia, sus verdugos le pegaban patadas y culatazos en la cabeza, le apagaban cigarrillos en el cuerpo desnudo, le metían picana eléctrica en los oídos y en la boca.

Y no se callaba nunca. Fray Tito había perdido el silencio. En vano deambulaba buscando algún lugar, algún rincón del templo o de la tierra, donde no resonaran los truenos de esas voces atroces que no le dejaban dormir, ni le dejaban rezar las oraciones que antes habían sido su imán de Dios.

Una noche escribió: “Es mejor morir que perder la vida”. Lo encontraron colgado de la copa de un álamo

Eduardo Galeano

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jueves, 14 de enero de 2021

Réquiem por el ave madrugadora

Yo no deseaba sr enterrado, pues siempre me repugnó la idea de poblar una tumba con la misma mueca. Me entusiasmaba en cambio imaginar que, aún después de la muerte, mi corazón podía seguir latiendo, mis ojos gozando de la belleza  y mis riñones esculpiendo filosos cálculos dentro de anónimos cómplices en ese juego irracional y materialista de aferrarse a la vida. Pero tuve la mala suerte de fallecer antes que mi esposa y mis órganos nunca fueron donados, ni mis satisfechos escombros desguazados e icinerados. No hay mejor coartada para el luto que un cadáver, y en lugar de las ascuas purificadoras sólo tuve flores que al podrirse atrajeron a las primeras moscas y gusanos. Sobre mi lápida ella representó el doloroso ritual de la etiqueta fúnebre, y años más tarde dejó de venir cuando decidió rehacer su vida. No hay mejor afrodisíaco que un cadáver. Después apenas siguieron visitándome mis hijas, hasta que otros muertos las arrebataron de mi lado. Ahora soy un agujero más de este gran queso de cemento. Me irrita que todos estén tan quietos, larvando, en espera de un  juicio que nunca llegará. Ahora que puedo salir lo haré con los primeros rayos del sol. Tengo hambre, y me pienso comer al primer pájaro que se acerque.

Fernando Iwasaki

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viernes, 8 de enero de 2021

El tamaño importa

En 1832 llegó a México, con un circo, el primer elefante que pisó tierras aztecas. Se llamaba Mogul. Después de su muerte, su carne fue vendida a elaboradores de antojitos y su esqueleto fue exhibido como si hubiese pertenecido a un animal prehistórico. El circo tenía también un pequeño dinosaurio, no más grande que una iguana, pero no llamaba la atención más que por su habilidad para bailar habaneras. Murió en uno de los penosos viajes de pueblo en pueblo, fue enterrado al costado del camino, sin una piedra que señalara su tumba, y nada sabríamos de él si no lo hubiera soñado Monterroso.

Ana María Shua

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sábado, 2 de enero de 2021

Animus, finibus

En la biblioteca de Wurzburg monseñor Scheps halló en 1885 los manuscritos de Prisciliano, obispo de Ávila y quemado en la hoguera por hereje.

Prisciliano sostenía que Satanás –humillado por Dios- decidió crear una nueva raza a su imagen y semejanza. Un mundo que fuera en sí  mismo una blasfemia, un remedo obsceno de la obra divina. Para salvar a esa estirpe maldita Dios envió a su Hijo, quien murió en vano por los pecados de una raza condenada. Prisciliano fue ejecutado en Treveris en el 385 después de Cristo. Lo teólogos que le condenaron enloquecieron. Mil quinientos años más tarde, monseñor Schepes se suicidó en los jardines de la Biblioteca de Wurzburg

Fernando Iwasaki

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