Lemmings
-¿De dónde
vienen? -pregunto Reordon.
-De todas
partes –replcó Carmsck.
Ambos hombres
permanecían junto a la carretera de la costa, y, hasta donde alcanzaban sus
miradas, no podían ver más que coches. Miles de automóviles se encontraban
embotellados, costado contra costado y parachoques contra parachoques. La
carretera formaba una sólida masa con ellos.
-Así vienen unos cuantos más –señaló Carmack.
Los dos
policías miraron a la multitud que caminaba hacia la playa. Bastantes
charlaban y reían. Algunos permanecían silenciosos y serios. Pero todos iban
hacia la playa.
-No lo
comprendo –dijo Reordon, meneando la cabeza. En aquella semana debía de ser la
centésima vez que hacía el mismo comentario-. No lo comprendo.
Carnack se
encogió de hombros.
-No pienses en
ello. Ocurre, Eso es todo.
-¡Pero es una
locura!
-Sí, pero ahí
van –replicó Carmack.
Mientras los
dos policías observaban, el gentío atravesó las grises arenas de la playa y comenzó
a adentrarse en las aguas del mar. Algunos empezaron a nadar. La mayor parte no
pudo, ya que sus ropas se lo impidieron. Carmack observó a una joven que
luchaba con las olas y que se hundió al fin a causa de su abrigo de pieles.
Pocos minutos
más tarde todos habían desaparecido. Los dos policías observaron el punto en
que la gente se había metido en el agua.
-¿Durante
cuánto tiempo seguirá esto? –preguntó Reordon.
-Hasta que
todos se hayan ido, supongo –replicó Carmack.
-Pero… ¿por
qué?
-¿Nunca has
leído nada acerca de los Lemmings?
-No.
-Son unos
roedores que viven en los Países Escandinavos. Se multiplican incesantemente
hasta que acaban con toda su reserva de comida. Entonces comienzan una
migración a lo largo del territorio, arrasando cuanto se encuentran a su paso.
Al llegar al océano, siguen su marcha. Nadan hasta agotar sus energías. Y son
millones y millones.
-¿Y crees que
eso es lo que ocurre ahora?
-Es posible
–replico Carmack.
-¡Las personas
no son roedores! –gritó Reordon, airado.
Carmack no
respondió. Permanecieron esperando al borde de la carretera, pero no llegó nadie
más.
-¿Dónde están?
–preguntó Reordon.
-Tal vez se
hayan ido.
-¿Todos?
-Esto viene
ocurriendo desde hace más de una semana. Es posible que la gente se haya dirigido
al mar desde todas partes. Y también están los lagos.
Reordon se
estremeció. Volvió a repetir:
-Todos…
-No lo sé; pero
hasta ahora no habían cesado de venir.
-¡Dios mío…!
–murmuró Reordon.
Carmack sacó un
cigarrillo y lo encendió
-Bueno –dijo-.
Y ahora, ¿qué?
-¿Nosotros?
-Ve tú primero
–replicó Carmack-. Yo esperaré un poco, por si aparece alguien más.
-De acuerdo.
Reordon
extendió su mano.
-Adiós, Carmack
-dijo.
Los dos hombres
cambiaron un apretón de manos.
-Adiós, Reordon
–se despidió Carmack.
Y permaneció
fumando su cigarrillo mientras observaba cómo su amigo cruzaba la gris arena de
la playa y se metía en el agua hasta que ésta le cubrió la cabeza. Antes de
desaparecer, Reordon nadó unas docenas de metros.
Tras unos
momentos, Carmack apagó su cigarrilo y echó un vistazo a su alrededor. Luego él
también se metió en el agua.
A lo largo de
la costa se alineaban un millón de coches vacíos.
Richard Mathson