miércoles, 30 de octubre de 2019


Los dos perros

Cuando el galgo y el podenco dejaron de discutir acerca de si aquellos eran liebres o conejos, estos ya se habían escapado.

Félix

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viernes, 25 de octubre de 2019


El espejo del cofre

A la vuelta de un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto, ni sabía qué era. Pero precisamente esa ignorancia lo hizo sentir atracción hacia ese espejo, pues creyó reconocer en él la cara de su padre. Maravillado lo compró y, sin decir nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a “ver a su padre.”
Pero su esposa lo encontraba muy afectado cada vez que lo veía volver al desván, así que un día se dedicó a espiarlo y comprobó que había algo en el cofre y que se quedaba mucho tiempo mirando dentro de él.
Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares pero no lograba saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre.
En ese momento pasó por allá un monje muy venerado por la comunidad, y al verlos discutir quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron  a subir y mirar dentro del cofre. Así lo hizo el monje y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un monje zen

Anónimo chino

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sábado, 19 de octubre de 2019

Nocturno

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que  los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato, como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme. ¡Silencio! –grillo afónico que nos mete en el oído -cantar de las canillas mal cerradas– único grillo que le conviene a la ciudad.


Oliverio Girondo



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lunes, 14 de octubre de 2019


Caperuza sentimental

Caperuza habló: “Estoy hasta la madre de que cambien de historia. No era amarilla ni verde ni azul, el color del mendigo abrigo era rojo tirándole a vino. No me vio nadie ni seduje al lobo feroz, no tuve nada que ver con ese animal. Tampoco mi abuelita me utilizó poniéndome a trabajar en las calles; ella era incapaz. Además el leñador no era mi pariente. Mi mamá no me mandó al bosque para deshacerse de mí. Lo que tenía en el cesto no eran pistolas ni granadas explosivas, era pan y fruta. No tuve pláticas con ningún canal de televisión para hacer telenovelas o sketch cómicos. Es más, yo no quería hacer la pinche Caperucita Roja, lo que pasó fue que  no me escogieron en el casting para la Bella Durmiente, en ese entonces era yo una adolescente y quería que alguien me diera un beso aunque fuera puro cuento.

José Juan Aboytia

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miércoles, 9 de octubre de 2019


La calesita

Mi espíritu juvenil, alocado jinete, cabalgaba mi cuerpo, brioso corcel, en busca de placeres. Hicimos parada en cada fuente; olisqueamos las flores de cada prado; con los cascos y las risas, sembramos todas las ciudades de ecos arrogantes…
Al final de la feria, un tiovivo hace las delicias de los niños dormidos. Jinete y corcel somos uno más de ese carrusel que gira, gira, gira…

Félix

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miércoles, 2 de octubre de 2019


Los verbos de la memoria

Hablamos de las antiguas cosas. Los recuerdos deshacían su sencillez sin apenas prisa, tenían que ver con la manera posesiva de contar nubes, o con el día en que descubrimos el lucero del alba. También nos gustaba tratar de las marcas que los caracoles dejan de noche en los jardines. Alguien dijo: Una vez llovió rosa pálido, sin embargo, nosotros fuimos ajenos a aquel suceso. Hicimos memoria del sabor de algunas palabras pronunciadas por primera vez, de su dramatismo o de la complejidad emocionada que provocan. De fondo, el mar era el gran indolente, el que existe sólo para ser visto. En un momento, sin poder evitarlo, toqué a mi interlocutor y sentí el frío de cuantas cosas están desprovistas de alma, y me puse triste y para que él no advirtiese que estaba muerto seguí hablándole.

Rafael Pérez Estrada

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