sábado, 30 de octubre de 2021

La partida

Ordené que trajeran mi caballo al establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:

-¿Adónde va el patrón?

-No lo sé –le dije- simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.

-¿Así que usted conoce su meta? –preguntó.

-Sí –repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta

Franz Kafka

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domingo, 24 de octubre de 2021

El libro prohibido

En una librería electrónica encontré una sección esotérica que llamó mi atención, pues no sólo tenían la primera edición del Diccionario infernal del padre Collin de Plancyo  el  Malleus Maleficarum con prólogo de Lord Byron, sino el apócrifo y terrible Necronomicón del árabe loco Abdul Al-Hazred. Pensando que sería una antología de historias góticas lo encargué más por romanticismo que por interés. A los tres días me lo llevó a casa un hombre alto y borroso que parecía vendedor de biblias. Se trataba de un volumen en octavo y encuadernado en una tela que recordaba a las arañas. Lo encontré algo ajado, descolorido en las cubiertas y torturado por los nervios, pero era la edición valenciana de 1610. Un sello de agua indicaba que el ejemplar había pertenecido a la Biblioteca Nacional De Buenos Aires. “La crisis” –pensé- y me dispuse a disfrutar de mi tesoro. El libro era una maldición y una blasfemia, pues contenía todas las aberraciones posibles de nuestro tiempo y el anterior. Leí las revelaciones de la Clavícula de Salomón, los hechizos del Kitab-al-Uhud y las profecías del pairo de Layden. Conocí la genealogía atroz de los primigenios: Azathot, Cthulhu, Nyarlathotep y Yog-Sothoth. Descubrí razas malditas que habitan en las profundidades marinas, que supuran en las esquinas sucias de nuestras casa y que aguardan una señal de guerra en el abismo de los espejos. Pero lo peor era el libro en sí: no tenía fin, no tenía comienzo, la numeración era delirante y las páginas que pasaba no volvían a aparecer. Después de varios días de insomnio encontré unos folios garrapateados con letra menuda y temblorosa. Era un índice alfabético de las miles de ilustraciones de aquel libro infinito, acaso abandonado por algún lector enloquecido y aterrorizado.Hice una hoguera en el jardín y arrojé esa monstruosidad a las llamas. Lleva meses ardiendo. Quizás sea la señal que espera Yog-Sot-hot

Fernando Iwasaki


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domingo, 17 de octubre de 2021

Un sueño

En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (Cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá jamás leer lo que los prisioneros escriben.

Jorge Luis Borges

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domingo, 10 de octubre de 2021

Tres nanocuentos

Piedra filosofal

Recibió un piedrazo en el pecho y miró atrás para saber quién había sido. Constató que detrás de él no había ninguno.

La flecha del tiempo

Recorrió a tientas las estrellas, demoró un poco, escogió una al azar y cayó en un agujero negro.

Pena de vida

Contraria a la pena de muerte y al aborto terapéutico, pronto conoció muy de cerca lo que era la pena de vida.

Manuel Pastrana Lozano


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domingo, 3 de octubre de 2021

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.

Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós, gotas. Adiós.

Julio Cortázar

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