Amenazas
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti –dijo la espada.
William Ospina
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Ecosistema
El día de mi cumpleaños, mi sobrina me regaló un bonsái y un libro de instrucciones para cuidarlo. Coloqué el bonsái en la galería, con los demás tiestos, y conseguí que floreciese. En otoño aparecieron entre la tierra unos diminutos insectos blancos, pero no parecían perjudicar al bonsái. En primavera, una mañana, a la hora de regar, me pareció vislumbrar algo que revoloteaba entre las hojitas. Con paciencia y una lupa, acabé descubriendo que se trataba de un pájaro minúsculo. En poco tiempo el bonsái se llenó de pájaros que se alimentaban de los insectos. A finales de verano, escondida entre las raíces del bonsái, encontré una mujercita desnuda. Espiándola con sigilo, supe que comía los huevos de los nidos. Ahora vivo con ella, y hemos ideado el modo de cazar a los pájaros. Al parecer, nadie en casa sabe dónde estoy. Mi sobrina, muy triste por mi ausencia, cuida mis plantas como un homenaje al desaparecido. En uno de los otros tiestos, a lo lejos, hoy me ha parecido ver la figura de un mamut.
José María Merino
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Obsolescencia
Terminaba de escribir la primera línea percatándose recién
de que no tenía lápiz. ‘Entonces debo suprimirla’, fue su pensamiento. Concluía
de hacerlo cuando sus ojos repararon en que no contaba con goma de borrar.
-Si es así, romperé la hoja- murmuró.
Consumado tal acto, ya pudo percibir que nunca hubo aquella.
-Es excesivo- comentó para sí mismo. Quizá sea mejor ahora que salga de paseo. Mas, al andar algunos pasos por la larga calle, se dio
cuenta que ni ésta ni él existían.
-Esto significa que debo anular toda mi vida -se dijo
decididamente-. Disponiéndose para el suicidio colectivo.
Pero era demasiado tarde, pues ya estaba sobre él, borrando, l a ficticia mano de un autor también inexistente.
Roberto Araya Gallegos
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Borges, el palabrista: 13
(Recogido por Esteban Peicovich)
Como ser humano, soy una especie de antología de contradicciones, de “gaffes”, de errores, pero tengo sentido ético. Eso no quiere decir que yo sea mejor que los otros, sino simplemente que trato de obrar bien y no espero castigo ni recompensa. Que soy, digamos, insignificante, es decir, indigno de dos cosas. El cielo y el infierno me quedan muy grandes.
Jorge Luis Borges
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Parpadeos
Sólo hay tres clases de ciegos
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El elefante blanco
En varios países de Asia, se venera a los elefantes, en especial a los blancos. Tienen por establo un palacio, comen en recipientes de oro, todos los hombres se postran ante ellos y los pueblos luchan para arrebatarse tan preciado tesoro. Uno d estos elefantes, gran pensador, inteligente, le preguntó un buen día a uno de sus conductores por qué le rendían tantos honores, dado que en el fondo él no era más que un simple animal.
-¡Ay! Eres demasiado humilde -fue la respuesta-. Todos
conocemos tu dignidad y toda la India sabe que, al abandonar esta vida, las
almas de los héroes armados por la patria habitan por un tiempo en el cuerpo de
los elefantes blancos. Nuestros
sacerdotes lo han dicho, por lo tanto debe ser así.
-¡Cómo! ¿Somos considerados héroes?
-Sin duda.
-De no serlo, ¿podríamos disfrutar en paz, en la selva, de
lso tesoros de la naturaleza?
-Sí, señor.
-Amigo mío, entonces déjeme ir, porque te han engañado, te
lo aseguro; si reflexionas, comprenderás de inmediato el error; somos altivos
pero cariñosos; moderados pero poderosos; no injuriamos a los débiles; en nuestro corazón, el amor sigue las leyes del
pudor; pese a la situación privilegiada en la que nos encontramos, los honores
no han modificado nuestras virtudes. ¿Qué más pruebas se necesitan? ¿Cómo es
posible que alguien hay visto en nosotros el menor rasgo humano?
Jean-Pierre Claris de Florian
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El salón antiguo
Nunca me gustó el salón antiguo de la casa de los abuelos. Todo oscuro, todo grande, todo lleno de cuadros feos. En uno hay una señora que te mira molesta, en otro se ve a una niña que parece un fantasma, y encima hay un cristo que da miedo. Cada vez que abren el salón antiguo todo el mundo se pone muy triste, y justo ahora que me han dejado entrar no me dejan salir. Mi mamá se ha pasado horas de horas llorando, como el día en que metieron al abuelo en el salón. Nadie me vio, pero yo sí lo vi. ¡Cómo lloraba mamá! Como ahora, tosiendo sin parar. Todos se han ido del salón antiguo y se han olvidado de mí. Igual que el día del abuelo. La señora me mira con odio, esa niña me está llamando, el Cristo tiene un corazón en la mano y yo no me puedo escapar de esta caja.
Fernando Iwasaki
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Padre nuestro que estás en el cielo
Mientras el sargento interrogaba a su
madre y a su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra
pieza…
¿Dónde está tu padre? –preguntó.
•-Está en el cielo –susurró él.
-¿Cómo? ¿Ha muerto? -Preguntó
asombrado el capitán.
-No –dijo el niño- Todas las noches
baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
José Leandro Urbina
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El insomnio
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el
sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas.
Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede
dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le
confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un
pequeño paseo a fin de candarse un poco. Que en seguida tome una taza de tila y
que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar.
Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre
no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de
los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio
es una cosa muy persistente.
Virgilio Piñera
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L’Encyclopédie Francaise
Menos copiosa que cierta enciclopedia china que abarca mil veintiocho tomos de doscientas páginas en octavo cada uno, la nueva Enciclopedia Francesa que dirige, rodeado de especialistas, M. Anatole de Monzie, no pasará de veintiún volúmenes. Ya tres se han publicado, el 10, el 16 y el 17. El séptimo es de aparición inminente. La anomalía se explica: la nueva Enciclopedia rechaza el orden (o desorden) alfabético, y enseña una clasificación “orgánica” de materias. Los editores, y aun la crítica, hablan de la originalidad de rehusar las arbitrariedades del alfabeto y de proceder por clasificaciones, divisiones y subdivisiones. Olvidan que ese proceder fue el de las primeras enciclopedias, y que la clasificación alfabética importó, en su tiempo, una novedad. Otra “innovación” más feliz: las hojas de esta Encyclopédie (como la de cierta Cyclopaedia de Nueva York) se pueden desprender y reemplazar, periódicamente, por otras nuevas, que los suscriptores recibirán. La prestación material de los tomos es excelente.
Jorge
Luis Borges
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Robinson desafortunado
Corro hacia la playa . Si las olas hubieran dejado sobre la arena un pequeño barril de pólvora, aunque estuviese mojada, una navaja, algunos clavos, incluso una colección de pipas o unas simples tablas de madera, yo podría utilizar esos objetos para construir una novela. Qué hacer en cambio con estos párrafos mojados, con estas metáforas cubiertas de lapas y mejillones, con estos restos de otro triste naufragio literario.
Ana Marría Shua
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Borges, el palabrista: 14
(Recogido por Esteban Peicovich)
Soy descendiente de Juan de Garay, fundador de la ciudad de Buenos Aires, y de Cabrera, fundador de la ciudad de Córdoba. Desciendo de conquistadores españoles y luego de soldados argentinos que se batieron contra los españoles, cosa que era natural que sucediese. En fin: una familia de soldados la mía. Mi abuela inglesa pertenece a una familia de pastores protestantes, lo cual también me parece bien, porque quiere decir que llevo la Biblia en la sangre. Mi abuelo, el coronel Francisco Borges, se hizo matar deliberadamente después del Combate de la Verde. Por una serie de circunstancias políticas, él deseaba la muerte, ya que se había rendido el general Mitre, y entonces montó a caballo. Era un tordillo; se puso un poncho blanco y al trote avanzó hacia el enemigo ofreciéndoles un blanco espléndido, Le alcanzaron dos balas de fusiles Remington de los tiradores adversarios y cayó muerto.
Jorge Luis Borges
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Corrección cinematográfica
Cuando el aterrado público esperaba ver al inmenso
King-Kong tomar entre sus manazas a la hermosa Fay Wray, el gorila con paso
firme salió de la pantalla, y pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo,
buscó por las calles neoyorquinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán.
Sin titubeos -y sin comprar boleto-, con toda fiereza, destrozando butacas y
matando espectadores, se introdujo en el film y una vez dentro, ansiosamente
buscó su verdadero amor: Chita.
René Avilés Fabila
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El Emperador de China
Cuando el emperador Wu Ti murió en su
vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta.
Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo
fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No
dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para
el imperio. Hasta que por fin Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado
del difunto emperador.
-¿Veis?
–dijo- Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó
fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Marco Denevi
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Las cuitas del joven Werther
El
director de la filarmónica nos recibió con amabilidad.
-¿En qué
puedo servirles? -preguntó.
- Nos
debe cincuenta mil.
-Es
posible, pero no acierto a saber por qué razón. ¿Podrían ustedes aclarármelo?
- En realidad,
de anticipo -le aclaré.
-Tal
vez, es una práctica habitual. Paro anticipo ¿a cuenta de qué?
-De
nuestra actuación en la filarmónica.
Sí, eso
tienen fundamento. Sien embargo, si no me falla la memoria, es la primera vez
que nos vemos. ¿Acaso hemos firmado un contrato por correo?
-Aún no,
pero podemos firmarlo ahora mismo.
-Indudablemente.
Pero quisiera conocer a grandes rasgos su propuesta. ¿Ustedes forman un
conjunto musical?
-De momento
no, per lo formaremos.
-¿Y más o
menos en qué repertorio?
-Eso ya
lo veremos cuando aprendamos a tocar.
-¿A
tocar?
-A tocar
instrumentos musicales, por supuesto.
La
torpeza de ese individuo comenzaba a enervarme.
¿Quiere
decir que aún no saben?
-Aún o
ya ¿qué más da? El futuro de todas formas nos pertenece. ¿No ve que somos
jóvenes?
-¡Oh!,
desde luego. Sin embargo, ¿puedo sugerirles algo? Primero aprendan a tocar,
después toquen un poco y después nos vemos. El futuro sin duda les pertenece.
Y no nos
dio el anticipo, el muy facha. Salimos de allí perjudicados socialmente.
En el
muro había un cartel que anunciaba la actuación de un tal Mozart.
¿Quién
es? -peguntó…, pro no me acuerdo cuál de nosotros, porque me falla la memoria,
sobre todo antes del mediodía.
Seguramente
un viejo.
Después
de pensar en el arte, nos dedicamos a construir una bomba. Un día de estos la
pondremos en la filarmónica. La lucha por la justicia es lo primero.
Slawomi
Mrozak
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Los espejos velados
El Islam asevera que el día inapelable
del Juicio, todo perpetrador de la imagen de una cosa viviente, resucitará con
sus obras, y les será ordenado que las anime, y fracasará, y será entregado con
ellas al fuego del castigo. Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o
multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos. Su
infalible y continuo funcionamiento, su persecución de mis actos, su pantomima
cósmica, eran sobrenaturales entonces, desde que anochecía. Una de mis
inusitados ruegos s Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con
espejos. Yo sé quién los vigilaba con inquietud. Temí, unas veces que empezaran
a divergir de la realidad; otras, ver desfigurado en ellos mi rostro por
adversidades extrañas. He sabido que ese temor está, otra vez, prodigiosamente
en el mundo. La historia es harto simple y desagradable.
Hacia 1927, conocí una chica sombría:
primero por teléfono (porque Julia empezó siendo una voz sin nombre y sin
cara); después, en una esquina al atardecer. Tenía los ojos alarmantes de
grandes, el pelo renegrido y lacio, el cuerpo estricto. Era nieta y bisnieta de
federales; como yo de unitarios, y esa antigua discordia de nuestras sangres
era para nosotros un vínculo, una posesión mejor de la patria. Vivía con los
suyos en un desmantelado caserón de cielo raso altísimo, en el resentimiento y
la insipidez de la decencia pobre. De tarde –algunas contadas veces de noche-
salíamos a pasear por su barrio, que era el de Balvanera, Orillábamos el
paredón del ferrocarril; por Sarmiento llegamos una vez hasta los desmontes del
Parque Centenario. Entre nosotros no hubo amor ni ficción de amor; yo adivinaba
en ella una intensidad que era del todo extraña a la erótica y le temía. Es
común referir a las mujeres, para intimar con ellas, rasgos verdaderos o
apócrifos del pasado pueril; yo debí contarle una vez de los espejos y dicté
así; el 1928, una alucinación que iba a floreces en 1931. Ahora, acabo de saber
que ha enloquecido y que en su dormitorio los espejos están velados pues en
ellos ve mi reflejo, usurpando el suyo, y tiembla y calla y dice que la persigo
mágicamente.
Aciaga servidumbre la de mi cara, la de una de mis caras antiguas. Ese odioso destino de mis facciones tiene que hacerme odioso también, pero ya no me importa.
Jorge Luis Borges
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Última
voluntad
Los
moribundos tienen fugaces destellos de lucidez que se extinguen como velas en la
penumbra de la muerte. Mamá murió así, enumerando mis obligaciones,
recordándome mis deberes, indicándome en qué cajón estaban los papeles del
seguro, quiénes tenían libros suyos y sobre todo conminándome a proteger siempre
a mis hermanas. Pobre mamá. Su agonía había sido muy larga y jamás esperamos que
en su último instante podría despedirse así. Lentamente fue cayendo en una
somnolencia dolorosa, repitiendo una y otra vez los nombres de mis hermanas.
Cogí su mano y me dijo que le alegraba de reunirse por fin con papá. De pronto me clavó dulcemente las uñas y me pidió que nunca dejara solo a Luisito, que
estaba enfermito y me necesitaba. Y mamá murió como suponía, reservando sus
palabras finales, para el pobre Luisito, que murió de Leucemia cuando éramos
niños. Fuimos a casa de mamá a ordenar sus cosas y escuchamos un llanto dentro del
armario. Mis hermanas dicen que es mi obligación y me lo tuve que llevar a
casa. Le gusta jugar con medias de nylon
y pétalos secos.
Fernando Iwasaki
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Sin claudicar
Aquí está ella, la más barata del puerto, la del corazón grande, navegante e inconcluso para siempre, los mástiles abiertos para él, que es uno más de hombros anchos y poderosos, uno más sin afeitar y la expresión compungida de los hombres abyectos y desnudos, él, a quien ha dejado creer que la posee cuando es en realidad ella la que permite que le hunda su proa en esa pieza angosta y helada, frente al lavatorio de agua sucia y al espejo que ya ni refleja el cansancio, y que en un extremo tiene su carné que certifica cincuenta años junto a esa guirnalda atesorada desde la última navidad en que fue niña.
Pía Barros
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El final
El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo
a lo largo de muchos años
-Ya he encontrado la ecuación clave -dijo un buen día a su
hija-. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e
incluso invertir, dicho campo.
Apretando un botón mientras hablaba, dijo:
-Esto hará retroceder el tiempo, el retroceder hará esto
-dijo, hablamos mientras botón un apretando.
-Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede
fabricado he que máquina la.
Campo es un tiempo el. -Hija su a día buen un dijo-.
Clave ecuación la encontrado he y.
Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado
había Jones profesor el.
Frederic Brown
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La muerte en Samarra
El criado llega aterrorizado a casa de
su amo.
-Señor –dice- he visto a la Muerte en
el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero y le
dice:
-Huye
a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el
señor se encuentra la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza –dice.
-No era de amenaza –responde la Muerte. Sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
Gabriel García Márquez
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El curto oscuro
Hace poco tuve una pesadilla
terrible.
Fernando Iwasaki
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El prestigio de los besos
Los veranos son tiempos para recordar o
para crear los recuerdos que viviremos más tarde. Hay algo en el sol abrasador,
en el brillo deslumbrante, que nos vuelve hacia atrás, cuando los besos eran
una promesa escrita en la ventana. Nos preparábamos todo el invierno de los
trece años, practicando con el vidrio frío, los besos futuros que daríamos en
verano.
No era cosa de reprobar el curso,
generalmente dado por una amiga más avezada o por la prima que simulaba saberlo
todo ante nuestra inocencia torpe. El prestigio de ser de aquellas que habían
besado, nos garantizaba un lugar en el grupo selecto de las que hablaban “cosas
de grandes”, cosas importantes, como asuntos de maquillajes, chicos y cómo
bailar, (ese era otro curso impartido entre amigos, que enseñaban cómo bailar
sin ser apretada, aunque lo que más quisieras era ser apretada por el
espinilludo de turno).
Los besos fueron prestigiosos, admirados
en el cine y en la televisión que daba Cine en su Casa a la hora en que
simulábamos hacer las tareas, siempre mirando por el rabillo del ojo la pantalla
mientras dibujábamos bocas y besos en los cuadernos. Hubo dictadores como
Franco, que para desincentivar los “malos” comportamientos”, mandaba a la
censura a cortar innumerables escenas de películas en la parte del beso, lo que
generaba la idea aterradora de que la simple proximidad embarazaba, puesto que
después de la tijera, los protagonistas aparecían con niños recién nacidos y
maridos en el brazo. Las abuelas españolas deben haberse sentido en los cielos
con esta metodología del terror.
Las bocas estaban en canciones, en
pinturas, en fuentes de agua desde cuyos labios manaba líquido frío. Parecían
seguir y acosar nuestro imaginario, que soñaba con ese primer beso. En mi caso,
fue decepcionante. Aterrada, vi como el muchacho tembloroso, tan aterrado como
yo, se inclinaba hacia mí. No cerré los ojos, para registrar en mi memoria cada
instante. Iba bien el contacto de labios, hasta que una lengua gomosa se
introdujo echándolo todo a perder, la náusea me invadió y corrí a casa. Cuando
mis amigas ansiosas inquirieron “¿Escuchaste campanitas?”, impelida a mentir,
contesté: “Sí, campanitas”.
Después, tras largas prácticas,
comprendí el porqué de su valor.
Ahora que el verano está en la ventana,
y que tantos besos han dejado su piel sobre los recuerdos, me gustaría volver a
sentir la intensidad de esos besos imaginados, que no se comparan a los de
verdad.
Aunque los besos hayan perdido prestigio, los veranos nos despiertan la piel a ellos.
Pía Barros
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Borges, el palabrista: 12
(Recogido por Esteban Peicovich)
A mi bisabuelo paterno le hicieron una
operación que apareció en una revista porque en aquel tiempo fue algo notable.
No sé cómo la harían porque entonces no existía la anestesia. Tal vez le darían
un poco de alcohol. Hay una novela de Melville, el autor de Moby Dick, que
sirvió mucho como ballenero y en la marina norteamericana. Él cuenta de una
operación a borde de un velero, en alta mar, por el año 1870 o algo así, en que
había de amputar la pierna a un marinero. Entonces se reunió toda la
tripulación en la cubierta del barco, sacaron al marinero atado a una tabla, lo
emborracharon con ron, y luego se dio la orden de empezar a tocar la banda, de
modo que el hombre estaba embrutecido por el alcohol, la música,
y además llamaron a sus dos mejores amigos, que se fueron encima y le dijeron
malas palabras y le rompieron la cara a puñetazos. El marinero trataba de
defenderse pero no podía por estar atado, y aprovecharon esto para
amputarle la pierna. Se supone que igual sufrió bastante. A mí me hicieron
muchas operaciones. En la última la anestesia no duró y el médico me dijo que
me iba a doler, pero que estuviera quieto porque si no, me quedaría
irremediablemente ciego. Yo sentía el dolor, aunque no era muy fuerte. Si una
tierrita en el ojo moleste, cómo no va a molestar un bisturí con los ruidos del
raspaje. Pero me quedé quieto a pesar de sentir en mi corazón como martillazos,
y lo único que pensé fue en no moverme. Ni siquiera reparaba el resultado: si yo
giraba la cabeza, la posibilidad de mi visión había concluido. No, no pensé en
Dios. Sólo me preocupé de centrar mi atención en la inmovilidad. Mi madre
estaba a mi lado y yo no pensaba en ella, ni en mí, ni en nada. Me decía como
un grito: yo no debo moverme.
Jorge Luis Borges
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El suicida
Estaba tan deprimido que salió de su casa dispuesto a
suicidarse. Se dirigió al edificio más alto de la ciudad con la intención de
lanzarse al vacío desde el último piso. Al llegar justo al ascensor encontró un
letrero que decía FUERA DE SERVICIO, USE LA ESCALERA. Consideró entonces que si
lo hacía se deprimiría aún más, y regresó a su casa.
Juan Cueto Roig
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Cuento tal vez oído en un bar a las tres de la mañana
Me dijo que el Emperador, conmovido por
su prosa, le regaló diez años más de vida, al cabo de los cuales le concedería
una noche para la lectura de lo que hubiese escrito y luego lo decapitaría. El
escritor miró a las estrellas y comprendió que su tiempo era un pestañeo en el
universo. Tomó entonces a su hija pequeña y comenzó la tarea.
Al cumplirse el plazo, el Emperador se
presentó ante su puerta. El escritor trajo a la muchacha y le dijo:
-Cuando termines la lectura, la devuelves a
su madre y me decapitas.
Luego el escritor retiró el manto de
seda que cubría el cuerpo de su hija. El Emperador contempló los hombros, el
cuello, las axilas, el pubis y vio que el cuerpo entero de la muchacha estaba
escrito en una apretada caligrafía.
Creo haber oído que aquella noche el Emperador amó a la muchacha. Dicen que la leyó una y otra vez, pero lo asombroso es que a cada giro del amor, los cuentos se entremezclaban y nunca podía leerse la misma historia. El escritor murió anciano. El emperador también de viejo y feliz. Dicen que la muchacha no murió jamás. A veces va a los bares, y antes de desnudarse cuenta historias como esta.
Pía Barros
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El hombre objeto
El “no sirves para nada” nació
de mi madre y se instaló conmigo para convertirse en una carga pesada que me
lastima el ánimo. Pero todo cambió cuando la noche en que conocí a Tina y me
llevó a su casa. Después de una exploración pasional de nuestros cuerpos y de
dejarme sin fuerza alguna, ella me dobló en dos y abrió su armario. Ante mis
ojos aparecieron otros hombres colgados en sus perchas y, cuando me colocó en la
mía, supe que había encontrado mi lugar en el mundo. Según mis compañeros, soy
su pasatiempo entre el donjuán y el poeta.
Nicolás Jarque Alegre
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