Los espejos velados
El Islam asevera que el día inapelable
del Juicio, todo perpetrador de la imagen de una cosa viviente, resucitará con
sus obras, y les será ordenado que las anime, y fracasará, y será entregado con
ellas al fuego del castigo. Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o
multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos. Su
infalible y continuo funcionamiento, su persecución de mis actos, su pantomima
cósmica, eran sobrenaturales entonces, desde que anochecía. Una de mis
inusitados ruegos s Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con
espejos. Yo sé quién los vigilaba con inquietud. Temí, unas veces que empezaran
a divergir de la realidad; otras, ver desfigurado en ellos mi rostro por
adversidades extrañas. He sabido que ese temor está, otra vez, prodigiosamente
en el mundo. La historia es harto simple y desagradable.
Hacia 1927, conocí una chica sombría:
primero por teléfono (porque Julia empezó siendo una voz sin nombre y sin
cara); después, en una esquina al atardecer. Tenía los ojos alarmantes de
grandes, el pelo renegrido y lacio, el cuerpo estricto. Era nieta y bisnieta de
federales; como yo de unitarios, y esa antigua discordia de nuestras sangres
era para nosotros un vínculo, una posesión mejor de la patria. Vivía con los
suyos en un desmantelado caserón de cielo raso altísimo, en el resentimiento y
la insipidez de la decencia pobre. De tarde –algunas contadas veces de noche-
salíamos a pasear por su barrio, que era el de Balvanera, Orillábamos el
paredón del ferrocarril; por Sarmiento llegamos una vez hasta los desmontes del
Parque Centenario. Entre nosotros no hubo amor ni ficción de amor; yo adivinaba
en ella una intensidad que era del todo extraña a la erótica y le temía. Es
común referir a las mujeres, para intimar con ellas, rasgos verdaderos o
apócrifos del pasado pueril; yo debí contarle una vez de los espejos y dicté
así; el 1928, una alucinación que iba a floreces en 1931. Ahora, acabo de saber
que ha enloquecido y que en su dormitorio los espejos están velados pues en
ellos ve mi reflejo, usurpando el suyo, y tiembla y calla y dice que la persigo
mágicamente.
Aciaga servidumbre la de mi cara, la de una de mis caras antiguas. Ese odioso destino de mis facciones tiene que hacerme odioso también, pero ya no me importa.
Jorge Luis Borges
Imagen:https://www.google.com/
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