jueves, 25 de abril de 2019


Descubrimiento

-Durante su instrucción –le dijo el chamán al aprendiz, en medio de la selva- lo que más a menudo vas a hacer es caminar por el reino de los espíritus. Al principio, conmigo. Después con los que a mí me acompañaron. Y finalmente, sólo.
-¿Cuál será mi objetivo?
-Ninguno. Sólo tienes que mirar. No te puedo adelantar lo que vas a ver, porque el mundo está en perpetuo cambio. Verás cosas que yo no vi. Y no verás cosas que yo vi. Tendrás, como yo tuve, una ventaja sobre el primer brujo. Cuando en la Tierra cada planta era la primera planta y los animales aún no habían tenido descendencia y los hombres no sabían nada, tu primer antepasado se echó al camino, con temor, forzado por el hombre de la tribu, pues ni las plantas ni los animales consentían en servir al hombre. Remontó el gran río, atravesó las montañas y dejó atrás las grandes llanuras, siempre en busca de algo que no se negase a obedecerle. Llegó desnudo al país del frío y las tormentas. Una mañana, a punto de rendirse y darse media vuela, se encontró, asombrado, con las almas de todos los miembros de su tribu, separadas de sus cuerpos, independientes de ellos, graves, solemnes, formando un rebaño. Aquel mono asustado, que sólo buscaba algo de comer, descubrió, sin buscarlo, que era inmortal.

Emilio Gavilanes


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viernes, 19 de abril de 2019


‘Chevecha’

-‘Chevecha’, como mi papá –dice María.
María es una niña de tres años, a quien su mamá sienta a la mesa para comer.
-¡No quiero puré, quiero ‘chevecha’, como mi papá!
María hace dos meses que no ve a su padre, pero no sabe que su papá tiene una orden de alejamiento. Tampoco, por suerte, sabe María por qué su mamá lleva el rostro hinchado y un ojo amoratado.
María no culpa a la cerveza.

Félix

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sábado, 13 de abril de 2019


Ausencias

Está bien, a su artista le faltan los pies, pero con eso no es suficiente. ¿Qué sabe hacer? ¿Al menos camina con las manos? Es una suerte muy común, pero en un hombre sin pies podría sacarle provecho. Ya veo. Tampoco tiene manos. Sería interesante si pudiera hacer algún tipo de acrobacia con los muñones. ¿Ni brazos ni piernas? Bueno, eso ya vale la pena. Un hombre gusano. ¿Vio alguna vez la actuación de Príncipe Randian en la película Freaks?...Pero por lo que me dice, el torso.,. ¿Y la cabeza? Una cabeza que habla siempre impresiona, sobre todo si podemos demostrar que no es un truco. ¿Tampoco eso? Me parece cada vez más atractivo. ¿Por qué no lo trae para que lo vea? Ah, ya está aquí, comprendo.

Ana María Shua

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domingo, 7 de abril de 2019


Pantomima

Lucila es una niña vivaracha de cinco años. Tiene el pelo negro y ondulado y, por ojos, dos estrellas de color amielado. Cuando sale a la calle con María, no quiere que ésta la lleve de la mano; le gusta corretear por delante, disfrutando de una osada autonomía. Ayer Lucila, abusando de su jubilosa independencia, tropezó y cayó de rodillas:
-¡Ay, ay, mi brazooo! –dice Lucila tocándose el brazo y luego la pierna.
--¿Ves? ¿Te has hecho daño? – grita María, corriendo hacia ella y en tono de reproche.
-Sí, -dice Lucila fabricando un sollozo entrecortado- pero me he caído, porque estaba pensando en lo despistada que tú eres, abuelita.

Félix

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lunes, 1 de abril de 2019


El álbum

El consejero administrativo Craterov, delgado y seco como la flecha del Almirantazgo, avanzó algunos pasos y, dirigiéndose a Serlavis, ledijo:
-Excelencia: Constantemente alentados y conmovidos hasta el fondo del corazón por vuestra gran autoridad y paternal solicitud
-Durante más de diez años –le sopló Zacoucine.
-Durante más de diez años... ¡Jum!... En este día memorable, nosotros, sus subordinados, ofrecemos a su excelencia, como prueba de respeto y de profunda gratitud, este álbum con nuestros retratos, haciendo votos porque su noble vida se prolongue muchos años y que por largo tiempo aún, hasta la hora de la muerte, nos honre con...
-Sus paternales enseñanzas en el camino de la verdad y del progreso –añadió Zacoucine, enjugándose las gotas de sudor que de pronto habían invadido la frente. Se veía que ardía en deseos de tomar la palabra para colocar el discurso que seguramente traía preparado.
-Y que –concluyó- su estandarte siga flotando mucho tiempo aún en la carrera del genio, del trabajo y de la conciencia social.
Por la mejilla izquierda de Serlavis, llena de arrugas, se deslizó una lágrima.
-Señores –dijo con voz temblorosa-, no esperaba yo esto, no podía imaginar que celebraran mi modesto jubileo. Estoy emocionado, profundamente emocionado, y conservaré el recuerdo de estos instantes hasta la muerte. Créanme, amigos míos, les aseguro que nadie les desea como yo tantas felicidades... Si alguna vez ha habido pequeñas dificultades... ha sido siempre en bien de todos ustedes...
Serlavis, actual consejero de Estado, dio un abrazo a Craterov, consejero de estado administrativo, que no esperaba semejante honor y que palideció de satisfacción. Luego, con el rostro bañado en lágrimas como si le hubiese arrebatado el precioso álbum en vez de ofrecérselo, hizo un gesto con la mano para indicar que la emoción le impedía hablar. Después, calmándose un poco, añadió unas cuantas palabras muy afectuosas, estrechó a todos la mano y, en medio del entusiasmo y de sonoras aclamaciones, se instaló en su coche abrumado de bendiciones. Durante el trayecto sintió su pecho invadido de un júbilo desconocido hasta entonces y de nuevo se le saltaron las lágrimas.
En su casa le esperaban nuevas satisfacciones. Su familia, sus amigos y conocidos le hicieron tal ovación que hubo un momento en que creyó sinceramente haber efectuado grandes servicios a la patria y que hubiera sido una gran desgracia para ella que él no hubiese existido. Durante la comida del jubileo no cesaron los brindis, los discursos, los abrazos y las lágrimas. En fin, que Serlavis no esperaba que sus méritos fueran premiados tan calurosamente.
-Señores –dijo en el momento de los postres-, hace dos horas he sido indemnizado por todos los sufrimientos que esperan al hombre que se ha puesto al servicio, no ya de la forma ni de la letra, si se me permite expresarlo así, sino del deber. Durante toda mi carrera he sido siempre fiel al principio de que no es el público el que se ha hecho para nosotros, sino nosotros los que estamos hechos para él. Y hoy he recibido la más alta recompensa. Mis subordinados me han ofrecido este álbum que me ha llenado de emoción.
Todos los rostros se inclinaron sobre el álbum para verlo.
-¡Qué bonito es! –dijo Olga, la hija de Serlavis-. Estoy segura de que no cuesta menos de cincuenta rublos. ¡Oh, es magnífico! ¿Me lo das, papá? Tendré mucho cuidado con él... ¡Es tan bonito!
Después de la comida, Olga se llevó el álbum a su habitación y lo guardó en su secreter. Al día siguiente arrancó los retratos de los funcionarios, los tiró al suelo y colocó en su lugar los de sus compañeros de colegio. Los uniformes cedieron el sitio a las esclavinas blancas. Colás, el hijo pequeño de su excelencia, recortó los retratos de los funcionarios y pintó sus trajes de rojo. Colocó bigotes en los labios afeitados y barbas oscuras en los mentones imberbes. Cuando no tuvo nada más  para colorear, recortó siluetas y les atravesó los ojos con una aguja, para jugar con ellas a los soldados. Al consejero Craterov lo pegó de pie en una caja de fósforos y lo llevó colocado a sí al despacho de su padre.
-Papá, mira, un monumento.
Serlavis se echó a reír, movió la cabeza y, enternecido, dio un beso en la mejilla a Nicolás.
-Anda, pilluelo, enséñaselo a mamá para que lo vea ella también.

Anton Chejov

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