miércoles, 30 de enero de 2019


Tres segundos congelados

En la tacita de mármol, el surtidor entona su canción.
El mirlo, que la escucha embelesado, mandarino abajo viene a bañarse.
Sentada bajo la sombra, entre el geranio rojo y la dalia blanca, abrazas tus rodillas, mientras me ocultas la cara tras la cortinilla de tu pelo negro.

Félix

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jueves, 24 de enero de 2019


Escribir

Stevenson estaba escribiendo aquella fábula protagonizada por un objeto cuya posesión proporciona al propietario la satisfacción de todos los deseos, pero que hay que vender antes de morir por un precio inferior al de la compra para evitar la condenación eterna.
Stevenson quería llegar al límite. Saber qué haría el hombre al que se le ofreciese el objeto por la última fracción de moneda existente, el hombre que supiese que no iba a poder venderlo. Lo consultó con Lloyd Osbourne, su hijastro.
-Ese hombre –opino Lloyd- no querrá comprarlo, eso está claro. Pero tampoco lo querrá el penúltimo, porque sabrá que nadie se lo compraría. Y del mismo modo, si el penúltimo no lo quiere, el antepenúltimo tampoco, porque tampoco encontraría comprador. Y retrocediendo así, nadie lo querría comprar.
-Tu razonamiento, Lloyd, es impecable. Eso no resuelve nada. Sólo es un razonamiento. ¿Cuál crees tú, de verdad, que no lo compraría?
Lloyd lo meditó.
-Tú nos harás comprender de que ninguno.

Emilio Gavilanes

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sábado, 19 de enero de 2019

Enemistados VII

-Por qué te empeñas en pasar siempre por mi esquina? Olvídame –le dije.
-¿Tienes alucinaciones? –contestó el viejo Tiempo- Es al revés: soy yo quien está sentado, viéndote pasar. Eres tú quien pasa por mi esquina, consumiéndote y llenándote de arrugas.

Iba a sepultarlo con insultos, pero miré a mi derecha y le vi, matusalén barbado, sentado en una silla de anea.

Félix

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domingo, 13 de enero de 2019


Por el piso

Van por la junta de los baldosones, marchando. Parece una fila recta, pero no. Hay que mirar con atención, una atención que sólo se logra siendo un niño o estando enamorado. Una atención minuciosamente escrutadora de cada gesto, de cada señal. Porque además de las que van derechitas, ordenadas, marciales, con su cargamento de dichondras molidas a dentelladas, hay otras que hacen un trabajo diferente. Entonces, éstas avanzan un tramo más rápido que el resto, se frenan, se corren a un costado, miran, vuelven para atrás, se cruzan al otro baldosón, mirando para afuera de la canaleta llena de arena que el viento trajo esta mañana desde los médanos.
Son éstas, más inquietas, más inconstantes, más rebeldes, más libres. Las veo pasar, ir y venir, por los costados, mientras este pasto que ya empieza a pudrirse encima cada vez pesa más y más. En serio, me duele la espalda hace demasiados hormigueros y demasiadas historias.

Mendieta (Alberto Vitale)

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lunes, 7 de enero de 2019

Transición


Empezó el deshielo en los neveros y la montaña aparece acariciada por una araña de agua. Los regatos bajan frescos y cantarines. En las primeras tibiezas primaverales, las mozas de mi lugar se llegan al Molinillo con enormes cestos de ropa para lavar. En las tablillas de madrea ondulada, puestas al borde de los pequeños remansos, van frotando cada prenda con jabón casero. Las manos se enrojecen, pero no importa, se oyen risas y canciones pícaras, nacidas del vigor juvenil y de las promesas que vienen acunadas en el venero de la sangre. La blancura de sábanas, camisas y corpiños, queda extendida sobre los endrinos solidarios, mientras debajo  verdean los brotes de las maitas.

Félix


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miércoles, 2 de enero de 2019


El resucitador

Tenía su rostro tonalidades minerales, brillos cristalográficos. Quizá por ello se decía de él que era una piedra viva. Su mirada, el poder de su mirada se ocultaba tras unas lentes de colores catedralicios. Apasionado, se tomaba urgencias para no ir a ninguna parte. Había leído cosas extraordinarias, y lo extraordinario dominaba el mundo de sus predilecciones: sabía el número siempre impar de los pétalos de la Rosa de York; conocía las subespecies, todas, de los caballitos del diablo que pueblan los estanques del Perú, y también conocía la teatralidad de las puestas de sol en el Bósforo. Sólo de noche, repentinamente desvalido, le abandonaban las prisas y con una ternura apenas insinuada se entregaba a su mejor trabajo, y lo hacía hasta que el amanecer le forzaba a las cosas diarias. Y pocos sabían que el Resucitador de Rosas tenía los dedos transverberados de pequeñas heridas. Y todo lo hacía por amor y ocultamente.

Rafael Pérez Estrada

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