El resucitador
Tenía su rostro tonalidades
minerales, brillos cristalográficos. Quizá por ello se decía de él que era una
piedra viva. Su mirada, el poder de su mirada se ocultaba tras unas lentes de
colores catedralicios. Apasionado, se tomaba urgencias para no ir a ninguna parte.
Había leído cosas extraordinarias, y lo extraordinario dominaba el mundo de sus
predilecciones: sabía el número siempre impar de los pétalos de la Rosa de
York; conocía las subespecies, todas, de los caballitos del diablo que pueblan
los estanques del Perú, y también conocía la teatralidad de las puestas de sol
en el Bósforo. Sólo de noche, repentinamente desvalido, le abandonaban las
prisas y con una ternura apenas insinuada se entregaba a su mejor trabajo, y lo
hacía hasta que el amanecer le forzaba a las cosas diarias. Y pocos sabían que
el Resucitador de Rosas tenía los dedos transverberados de pequeñas heridas. Y
todo lo hacía por amor y ocultamente.
Rafael Pérez Estrada
Imagen:https://www.google.com
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