Pobreza
Los senos de aquella mujer, que sobrepasaban pródigamente a los de una Jane Mansfield, le hacían pensar en la pobreza de tener únicamente dos manos.
Edmundo Valdés
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El fabulista y sus críticos
En al Selva vivía hace mucho tiempo
un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo visitaron para quejarse
de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la
base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio.
Como él estuvo de acuerdo, ellos se
retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo
lo que tenía que decirle.
Augusto Monterroso
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El tiempo de Borges
Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego: el Mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.
Jorge Luis Borges
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El conejo y el león
Un célebre psicoanalista se encontró
cierto día en medio de la selva, semiperdido. Con la firmeza que dan el instinto
y el afán de investigación logró finalmente subirse a un altísimo árbol desde el
cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida
y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los
humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por una
lado, al Conejo; por otro, al León. En un principio no sucedió nada digno de
mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias
y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido
haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la selva con sus rugidos,
sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus
garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, miró un instante
a los ojos del león, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el célebre psicoanalista
publicó cum laude su famoso tratado en
que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la selva, y el
conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo
movido por el miedo; el Conejo advierte esto , conoce su propia fuerza, y se retira
antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí,
al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
Augusto Monterroso
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El árbol
Vivo en una casa no lejos de la
carretera. Junto a esa carretera, a la entrada de la curva, crece un árbol.
Cuando yo era niño, la carretera aún
era un camino de tierra. Es decir, polvorienta en verano, fangosa en primavera y
en otoño, y en invierno cubierta de nieve igual que los campos. Ahora es de asfalto
en todas las estaciones del año.
Cuando yo era joven, por el camino
pasaban carros de campesinos arrastrados por bueyes, y sólo entre la salida y
la puesta del sol. Los conocía todos, porque eran de por aquí. Eran más raros
los carros de caballos. Ahora los coches corren por la carretera de día y de noche.
No conozco ninguno, aparecen de no se sabe dónde y desaparecen hacia no se sabe
dónde.
Sólo el árbol ha quedado igual,
verde desde la primavera hasta el otoño. Crece en mi parcela.
Recibí un escrito de la Autoridad. ‘Existe el peligro –decía el escrito- de que un coche pueda chocar
contra el árbol, ya que el árbol crece en la curva. Por lo tanto, hay que talarlo’. Me quedé preocupado. Llevaban razón. Efectivamente, el árbol
está junto a la curva, y cada vez hay más coches que cada vez corren más rápido
y sin prudencia. En cualquier momento puede chocar alguno contra el árbol. Así
que tomé una escopeta de dos cañones, me senté bajo el árbol y, al ver acercarse
al primero, disparé. Pero no acerté. Por eso me arrestaron y me llevaron a juicio.
Traté de explicar al tribunal que había
fallado únicamente porque mi vista ya no es buena, pero qe si me dieran unas gafas
seguro que acertaba. No sirvió de nada.
No hay justicia. Es verdad que un coche
puede chocar contra un árbol y dañarlo. Pero sólo con que me dieran unas gafas y algo de munición,
me quedaría sentado vigilando. ¿A qué tanta prisa para talar un árbol si hay otros
métodos que pueden protegerlo den un accidente?
Y no les costaría nada, aparte de la
munición. ¿Acaso es un gasto excesivo?
Alawomir Mrozek
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