martes, 30 de marzo de 2021

La mortaja

La madre se encargó de decirles a todos que cuando llegara la hora de su muerte, encontrarían su mortaja envuelta en una funda de plástico en el primer cajón de su armario.

Rotos de dolor sus hijos se apresuraron a cumplir el último deseo de la difunta. Abrieron la gaveta y en ella encontraron un envuelto que les llenó de asombro. Un traje de faralaes de color rojo y lunares blancos, acompañado de mantoncillo, pendientes, peineta y tocado de flores. Se miraron un poco asombrados, pero enseguida una gran sonrisa iluminó sus rostros. Su madre había sido una mujer alegre y vitalista, amante de la feria de abril y del camino rociero. Si ella sí lo había dispuesto, no había lugar a vacilaciones.

Vistieron a la fallecida con la bata de volantes y la ataviaron con todos los adornos. Algunos dijeron que, con el fin de evitar habladurías, sería mejor mantener cerrada la tapa del ataúd. Los demás no estuvieron de acuerdo y la madre lució su funeral más flamenca que nunca.

Al mes del entierro, los afligidos herederos recibieron una llamada que les dejó perplejos. Una amiga de la madre les reclamaba el traje de lunares. Con voz meliflua les contó que se lo había prometido al amadrinarla en su bautizo rociero diez años antes.

Abrieron el cajón del armario y ante su estupor apareció una bolsa de tintorería. Envolvía un vestido de lana marrón de factura simple y bata con un escapulario conocido por todos. Y entonces se miraron consternados. Comprendieron que la última voluntad de su madre había sido ser enterrada con el hábito de la Virgen del Carmen para lograr ciertas indulgencias. Y en vez de eso, había llamado a la puerta de San Pedro ataviada como Marujita Díaz.

Chelo Pineda Pizarro

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miércoles, 24 de marzo de 2021

El triángulo amoroso

La ballena macho estaba desolada porque su mujer se había enamorado de un submarino.

Carlos Héctor


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jueves, 18 de marzo de 2021

El otro

Me pidió permiso para sentarse a mi mesa y se sentó. Un surco ennegrecido le surcaba la garganta. No pude evitar un escalofrío.

-¿Le llama la atención mi cicatriz? – preguntó el joven.

-¡Ah, no! -fue mi hipócrita respuesta.

-Es una desgracia que aún me tortura. Al final de la guerra me hicieron prisionero y un oficial me sableó. Me dieron por muerto, me abandonaron.

-¿Al final de qué guerra?

-De la guerra contra España.

-¿Cómo?

-De la guerra contra España.

Llamé al camarero. Le pedí la cuenta y agregué:

-Mire a ver qué desea tomar el señor.

-¿Qué señor? –masculló el camarero?

Manuel Díaz Martínez

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sábado, 13 de marzo de 2021

Diálogo amoroso

-Me adoro, vida mía, me adoro… A tu lado me quiero más que nunca; no te imaginas la ternura infinita que me inspiro.

-Yo me adoro muchísimo más… ¡con locura!; no sabes la pasión que junto a ti siento por mí… No puedo vivir sin mí…

-Ni yo sin mí…

-¡Cómo nos queremos! Sin que yo me ame la vida no vale nada.

-Yo también me amo con toda mi alma, sobre todo a tu lado…

-¡Dame una prueba de que te quieres!

-¡Sería capaz de dar la vida por mí!

-Eres el hombre más apasionado de la tierra…

-Y tú la mujercita más amorosa del mundo…

-¡Cómo me quiero!

-¡Cómo me amo! 

Sergio Golwarz

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domingo, 7 de marzo de 2021

 La mujer de blanco

Cuando les conté que había visto a una señora vestida de blanco vagando sobre las lápidas, un helado silencio de almas en pena nos sobrecogió. ¿Por qué seguían volviendo después de tantas bendiciones, conjuros y exorcismos? Después de todo la mujer de blanco era una aparición amable, siempre con un ramo en  los brazos y como flotando a través de la niebla, pero igual nos abalanzamos sobre ella en cuanto pasó delante de  la cripta. Nunca más regresó a dejar flores en el viejo cementerio.

Fernando Iwasaki

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martes, 2 de marzo de 2021

Invitación

Pedro regresa a su casa con un compañero de trabajo, al que ha invitado para que conozca a su joven esposa.

-Es acá –anuncia-, entra…

-Permiso –dice el educado compañero y ambos ingresan a un living.

De inmediato Pedro se queda tieso. El compañero nota su gesto de extrañeza.

-¿Pasa algo? –pregunta.

-No me vas a creer –dice Pedro-, pero ésta no es mi casa.

-¿Cómo que no? –el compañero está confundido.

Por una puerta aparece un anciano. Antes de que diga nada, Pedro le ataja:

-Lo siento, lo siento, disculpe usted, se trata de un error, no quise entrar en esta casa.

Toma al compañero de un brazo y salen. Una vez afuera, Pedro continúa disculpándose. Finalmente dice:

-No te preocupes, me pasa seguido, pero ya le conozco la maña.

Toma el picaporte y lo sacude con firmeza, hasta que se oye un clic.

-Ahora sí –asegura-, entremos.

Entonces, mientras cierra la puerta, dice:

-Te presento a mi esposa…

Juan Romagnoli

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