lunes, 26 de julio de 2021

El desterrado

¿A qué le podían condenar después de todo? A destierro. Valiente cosa. Cumpliría la pena alegremente en un  país extranjero en que viviría una nueva vida y recordaría con un largo placer su ciudad y su vida pasada.

En efecto, la sentencia fue el destierro. ¡Pero qué destierro! El tribunal, amigo de aquel hombre autoritario y de inmenso poder a quien él había insultado, queriendo venderle el favor, y ya que no podía sentenciarle a muerte, le desterró a más kilómetros que los que tiene el mundo recorrido en redondo, aunque se encoja, para alargar más la medida, el diámetro que pasa por las más altas montañas. ¿Qué quería hacer con él el tribunal, sentenciándole a un destierro que no podía cumplir?

¡Ah! El tribunal, para agasajar al poderoso ofendido, había encontrado la fórmula de castigarle a muerte, por un delito que no podía merecer esa pena de ningún modo. Había encontrado la manera de ahorcar a aquel hombre, porque no habiendo extensión bastante a lo largo de este mundo para que cumpliese el sentenciado su destierro, habría que enviarle a otro para que ganase distancia.

Y le ahorcaron.

Ramón Gómez de la Serna

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miércoles, 21 de julio de 2021

El salón de bailes sin baños o el rapto de los orinantes

Un pintoresco croquis del atlas señala en la calle Yatay un enorme salón de baile. A  pesar de su lujosa apariencia, el local no tenía baños. Sucedía entonces que los bailarines se veían obligados a abandonar la milonga para pedir permiso en casa vecinas o costearse hasta algún café más hospitalario. Sin embargo los más audaces solían aventurarse en un yuyal cercano que ofrecía una sombría privacidad.  Los Cronistas Soñadores sostienen que nadie regresaba jamás de aquel sitio. Citan el testimonio de más de cuarenta damas abandonadas que en vano esperaron a sus compañeros, a veces en el interior del salón, a veces en la misma vereda del potrero. Los espíritus fantásticos pretenden que los brujos raptaban a los bailarines y los llevaban a sus gabinetes como esclavos o como carnada para atraer a los demonios.  Por esa razón, o quizá por la escasa belleza de las damas asistentes, los jóvenes dejaron de concurrir al salón. Los propietarios hicieron construir baños paro ya era demasiado tarde.

 Alejandro Dolina

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jueves, 15 de julio de 2021

Pundonor

Le vio y se echó a temblar. ¿Le dice algo? ¿No? ¿Sale corriendo del vagón? ¿Esconde la cabeza bajo el bolso? El hombre levanta la mirada cuando el tren frena. Sus ojos se cruzan en el tránsito, sonríen azorados. ¡Cómo es posible que nos encontremos a este lado del mundo, en este tren de cercanías! ¿Cuánto hace que viniste? ¿Tanto? Yo hace apenas un año. ¿Cómo te va? ¡Trabajas? Soy enfermera, dice ella, escondiendo en las mangas sus manos comidas de lejía. ¿Y tú? Yo, periodista, contesta él, tapándose con el periódico los rastros de cemento del jersey.

Inma Luna


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jueves, 8 de julio de 2021

Vuelo 007

La cordillera luce majestuosa bajo ese sol radiante de la mañana.  Se levanta majestuosa bajo ese sol radiante de la mañana. El aeropuerto está próximo. Se levanta del asiento y atraviesa el pasillo hasta llegar al baño. Se mira en el espejo, ajusta su esmoquin y le pone el silenciador a la pistola. Sale tranquilamente y se acerca al hombre solitario que dormita en la cabina de primera clase. Apunta su pistola y le dispara un balazo en la cabeza. El hombre parece seguir durmiendo. Vuelve a su asiento, despliegas un periódico y le pide a la azafata un whisky.

-¿Señor…?

-Bond, James Bond. Y dos cubos de hielo, por favor.

Manuel Pastrana Lozano

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viernes, 2 de julio de 2021

El hombre que aprendió a ladrar

Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desaliento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué le había impulsado a ese adiestramiento?

Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que ladro por no llorar.” Sin embargo la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación. ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta, y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del  mundo. Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: “Dime, Leo, con toda franqueza, ¿qué opinas de mi forma de ladrar? La respuesta de Leo fue escueta y sincera. “Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando Ladras, todavía se te nota el acento humano.”

Mario Benedetti 

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