viernes, 26 de abril de 2024

El salto cualitativo

-¿No habrá una especie aparte de la humana –dijo ella enfurecida arrojando el periódico al bote de basura- a la cual poder pasarse?

-¿Y por qué no a la humana? –dijo él.

Augusto Monterroso

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viernes, 19 de abril de 2024

Ágrafa musulmana en papiro de oxirrinco

Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte.

Juan José Arreola

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sábado, 13 de abril de 2024

El Paraíso imperfecto

-Es cierto –dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros, lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

Augusto Monterroso

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sábado, 6 de abril de 2024

Cordero de Dios

-¿Por qué vas a matarme? ¿No sabes acaso que soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo?

-Precisamente por eso.

Jaime Valdivieso

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lunes, 1 de abril de 2024

La fe y las montañas

Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la fe empezó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían aino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.

Augusto Monterroso

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lunes, 25 de marzo de 2024

El adivino

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado.

Jorge Luis Borges

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martes, 19 de marzo de 2024

El grillo maestro

Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.

Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiro, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.

Augusto Monterroso

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miércoles, 13 de marzo de 2024

La travesía

Morena y baja. Sumisa. Apenas un relámpago en los ojos cuando se le tiró encima desde el mismo caballo. Que los otros recogieran víveres, él tenía más hambre de mujer que de comida. Y siempre habría algo después de la ruca, cuando sus tripas pegadas le avisaran la razón por la que estaba allí.

Ahora, satisfecho, podía regodearse con los senos oscuros, con esa carne generosa que se le entregaba para montarla una y otra vez en medio de oleadas de olor a hembra que le sacarían por fin de las narices el hedor de los muertos y borrarían con sus gemidos el alarido de los buitres que los habían acompañado en horrendo cortejo de ese camino interminable.

Apoderarse de Chili, mientras penetraba nuevamente a la mujer. Volver a Sierra Brava, yo, Juan González; volver rico y joven, hacerme de las tierras que son mías, buscar una mujer digna de mí, una heredad, vivir. Él no era como el Tuerto, que con todo lo admirable que era como jefe, estaba condenado a permanecer para siempre en esas tierras inhóspitas, juntando la riqueza de la Nueva Toledo para un hijo mestizo porque el manchego no era nadie en la Patria, apenas si un indiano más, iletrado e ilegítimo, incapaz de lucir otro apellido que el de su tierra origen.

A mí no me pasará así, mordiendo ferozmente las nalgas firmes, apretando los brazos tostados y fuertes, buscando, buscándola en un dolor insaciable, buscando también ese oro esquivo que corría en dichos de boca en boca, pero que no quería aparecer para que él cumpliera sus sueños y pudiera cargar un barco que lo llevara a España, antes que la locura exuberante de esta tierra nueva lo agarrara a él también y lo transformara en otro Almagro, buscando siempre más allá del horizonte.

Para Juan González era la primera aventura. Y la última gritó a la india en un: ¡Dime Juan! ¡Dime Juan! Desesperado, porque hacía meses que no oía su nombre en garganta de mujer; asustándola en el forcejeo feroz de dónde está el oro, porque a ratos parecía que nunca llegarían, porque tú no entiendes mi idioma ni puedes pronunciar mi nombre, porque yo no entiendo tampoco tu cara impávida, porque ahora cuando te deje, desgraciada, tendremos que subir nuevamente la quebrada hacia el desierto y seguir y seguir.

Margarita Niemeyer

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miércoles, 6 de marzo de 2024

El tapiz del virrey

Cuando el virrey subió a su coche con la virreina, para dirigirse al baile en casa del marqués, el criado mulato se quedó escondido en un rincón del patio, hasta que cesaron todos los ruidos del palacio. Sacó entonces una inmensa llave, y abrió la puerta del salón central. Encendió una antorcha y se situó ante el gran tapiz que adornaba el fondo del salón, y que representaba una hermosa escena de bacantes y caballeros desnudos.

El mulato extendió las manos y acarició el cuerpo de una Diana que se adelantaba sobre el tapiz. Murmuraba en voz baja, hasta que de pronto gritó:

-¡Venid! ¡Danzad!

Los personajes tomaron movimiento y fueron descendiendo al salón. Comenzó la música del Sabbat, y la danza de los cuerpos en medio de las antorchas. Ante el mulato, los personajes del tapiz iban cumpliendo el rito de adoración al macho cabrío.

Diana permanecía a su lado, besándole de vez en cuando con golosa codicia.

Después de consumidas las viandas del banquete, vino el momento de la fornicación, hasta que sonó el canto del gallo y los personajes se fueron metiendo uno tras otro en el tejido. Sólo quedaron trenzados en el suelo, Diana y el mulato, al cual encontraron a la mañana siguiente desnudo y muerto en el suelo con unos desconocidos pámpanos manchados de sangre en la mano. Diana no estaba en el tapiz

Pedro Gómez Valderrama

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jueves, 29 de febrero de 2024

 Pobreza

Los senos de aquella mujer, que sobrepasaban pródigamente a los de una Jane Mansfield, le hacían pensar en la pobreza de tener únicamente dos manos.

Edmundo Valdés

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viernes, 23 de febrero de 2024

El fabulista y sus críticos

En al Selva vivía hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio.

Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.

Augusto Monterroso

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domingo, 18 de febrero de 2024

El tiempo de Borges

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un  fuego que me consume, pero yo soy el fuego: el Mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

Jorge Luis Borges

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lunes, 12 de febrero de 2024

El conejo y el león

Un célebre psicoanalista se encontró cierto día en medio de la selva, semiperdido. Con la firmeza que dan el instinto y el afán de investigación logró finalmente subirse a un altísimo árbol desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.

Al caer la tarde vio aparecer, por una lado, al Conejo; por otro, al León. En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.

El León estremeció la selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, miró un instante a los ojos del león, dio media vuelta y se alejó corriendo.

De regreso a la ciudad el célebre psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la selva, y el conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto , conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

Augusto Monterroso

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lunes, 5 de febrero de 2024

El árbol

Vivo en una casa no lejos de la carretera. Junto a esa carretera, a la entrada de la curva, crece un árbol.

Cuando yo era niño, la carretera aún era un camino de tierra. Es decir, polvorienta en verano, fangosa en primavera y en otoño, y en invierno cubierta de nieve igual que los campos. Ahora es de asfalto en todas las estaciones del año.

Cuando yo era joven, por el camino pasaban carros de campesinos arrastrados por bueyes, y sólo entre la salida y la puesta del sol. Los conocía todos, porque eran de por aquí. Eran más raros los carros de caballos. Ahora los coches corren por la carretera de día y de noche. No conozco ninguno, aparecen de no se sabe dónde y desaparecen hacia no se sabe dónde.

Sólo el árbol ha quedado igual, verde desde la primavera hasta el otoño. Crece en mi parcela.

Recibí un escrito de la Autoridad. Existe el peligro –decía el escrito- de que un coche pueda chocar contra el árbol, ya que el árbol crece en la curva. Por lo tanto, hay que talarlo. Me quedé preocupado. Llevaban razón. Efectivamente, el árbol está junto a la curva, y cada vez hay más coches que cada vez corren más rápido y sin prudencia. En cualquier momento puede chocar alguno contra el árbol. Así que tomé una escopeta de dos cañones, me senté bajo el árbol y, al ver acercarse al primero, disparé. Pero no acerté. Por eso me arrestaron y me llevaron a juicio.

Traté de explicar al tribunal que había fallado únicamente porque mi vista ya no es buena, pero qe si me dieran unas gafas seguro que acertaba. No sirvió de nada.

No hay justicia. Es verdad que un coche puede chocar contra un árbol y dañarlo. Pero sólo con que me dieran unas gafas y algo de munición, me quedaría sentado vigilando. ¿A qué tanta prisa para talar un árbol si hay otros métodos que pueden protegerlo den un accidente?

Y no les costaría nada, aparte de la munición. ¿Acaso es un gasto excesivo?

Alawomir Mrozek

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martes, 30 de enero de 2024

Del ejercicio del poder

Cuando F’ang, el conductor, se sentía fatigado tras una dura jornada de labor, descansaba tres años. Y con él todo el reino.

Rodolfo Modern

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miércoles, 24 de enero de 2024

El camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse

En un país muy remoto, en plena selva se presentó hace muchos años un tiempo malo en el que el Camaleón, a quien le había dado por la política, entró en un estado de total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado de sus artimañas y empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía, de manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo camaleón morado, aunque se condujera como Camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual.

Esto sólo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no había ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba completamente grisáceo, o verdiazul, o de cualquier color más o menos definido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro o cinco superposiciones de cristales.

Pero lo bueno fue que el Camaleón, considerando que todos eran de su condición adoptó también el sistema. Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a medida que cambiaban los colores, según el clima político o las opiniones políticas prevalecientes ese día de la semana o a esa hora del día o de la noche.

Como es fácil comprender, esto se convirtió en una especie de peligrosa confusión de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello sería la ruina general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos de que todos estuvieran dispuestos a ser cagados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el orden.

Además de lo estatuido por el Reglamento que se redactó con ese fin, el derecho consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales, si alguno carecía de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para descubrir el verdadero color de alguien, podía recurrir a sus propios enemigos para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedía entre las naciones más civilizadas.

Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se  reía de unos y de otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco a lo suyo, por divertirse. De esa época viene el dicho de que:

Todo camaleón es según el color del cristal con que se mira.

Augusto Monterro

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jueves, 18 de enero de 2024

La trama

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama. ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías: diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas). ¡Pero, che! Lo mataron y no sabe que muere para que se repita una escena.

Jorge Luis Borges

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viernes, 12 de enero de 2024

Instrucciones para llorar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al fianal, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas, o en esos golfos del Estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia dentro. Los niños llegarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Julio Cortázar

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viernes, 5 de enero de 2024

Cotidiana

Tras una discusión, coloqué a mi mujer sobre la mesa, la planché y me la vestí. No me sorprendió que resultara muy parecida a un hábito.

Miguel Gomes

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