lunes, 30 de mayo de 2022

La hormiga que odiaba al león

Esa hormiga odiaba al león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.

Max Aub

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domingo, 22 de mayo de 2022

Cuando soy feliz… no escribo

A veces escribimos a partir de una línea que nos está atravesando la garganta y hay que expulsarla fuera porque nos ahoga. Frases tontas o imágenes como “removía la nieve con un palo porque siempre soñaba con encontrar tesoros tras los deshielos…” u otras más solemnes como  “a veces regresa en la forma de un mal pensamiento.”

Escribir es una pulsión que no se domina, una reflexión que a ratos nos explica qué nos ocurre por dentro, en una alteridad privada donde todo queda demasiado lejos.

Cuando tengo miedo, escribo; cuando me desgarro, escribo; cuando me esfuerzo, escribo; cuando no entiendo, escribo y me explico el mundo. Cuando soy feliz, no escribo.

La lectura de otros, me escribe. Los diccionarios me parten y descomponen las palabras que eran familiares y adquieren de pronto nuevas relaciones de parentesco. Las palabras se transforman en sensaciones, en imágenes, evocaciones de olores o sonidos, es como si fuera la luz tenue de una linterna que guía en la oscuridad hacia la certeza final, o hacia el callejón donde las palabras y yo nos damos de cabezazos sin poder arribar a una salida.

Amor-odio-desgarro o sólo llegar a una historia, la simpleza de contarla, o si artificio, sin más pretensión que habitar en otros durante el tiempo que dure el antiguo “había una vez”, palabras, nada más.

Pía Barros

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martes, 17 de mayo de 2022

Allí donde los reinos se confunden

Cada noche el prejuicio llegaba hasta mi cama para roerme la puntilla del ánimo. Llegaba sigiloso, rodando cual bolita negra, y me roía. En realidad salía de su agujero, ratón minúsculo y avieso, para morderme el queso del alma. Traté de espantarlo, pero permanecía aferrado a su presa, sin soltar bocado: no me temía. Recordé la máquina roja de capolar, que mi madre usaba en las matanzas, e imaginé al prejuicio triturado entre sus cuchillas. Inútil: cada vez que lo imaginaba, el impertinente ratón se refugiaba en su agujero. Nunca llegué a tiempo.

Misterios de la frontera, raya de la lucidez.

Félix

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miércoles, 11 de mayo de 2022

La marcha del caracol

Me ibas a contar algún día. Elizabeth, que el caracol avanzó por la pared y tú, desde la cama, levantaste la cabeza y primero viste la estela plateada del molusco, la seguiste con la mirada tan lentamente que tardaste varios segundos en llegar al caparazón opaco que se desplazaba por la pared del cuarto del hotel. Te sentías adormilada y estabas ahí, con el cuello alargado y las manos escondidas en las axilas; sólo viste un caracol sobre el muro de pintura verde desflecada. Javier había manipulado las persianas y el cuarto estaba en penumbra. Ahora desempacaba. Tú, recortada en la cama, lo viste librar las correas de esta maleta de cuero azul, correr al zipper y levantar la tapa. Al mismo tiempo, Javier levantó la cabeza y vio otro caracol, éste veteado de gris, que permanecía inmóvil, escondido dentro de su caparazón. El primer caracol se iba acercando al detenido. Javier bajó la mirada y admiró el perfecto orden en que había dispuesto las prendas que escogió para el viaje. Tú doblaste la rodilla hasta unir el talón a la nalga y te diste cuenta de que había otro caracol sobre la pared. El primero se detuvo cerca del segundo y asomó la cabeza con los cuatro tentáculos. Tú te alisaste la falda con la mano y viste la boca del caracol, rasgada en medio de esa cabeza húmeda y corneada. El otro caracol asomó la cabeza. Las dos conchas parecían hélices pegadas a la pared y derramaban su baba. Lo tentáculos hicieron contacto. Tú abriste los ojos y quisiste escuchar mejor, microscópicamente. Los dos cuerpos blancos y babosos salieron lentamente de las conchas y en seguida, con el suave vigor de sus pieles lisas, se trenzaron. Javier, de pie, los miró y tú, recostada, soltaste los brazos. Los moluscos temblaron ligeramente antes de zafarse con lentitud y observarse por un momento y luego regresaron sus cuerpos secos y arrugados a las cuevas húmedas del caparazón. Alargaste la mano y encontraste un paquete de cigarrillos sobre la mesa de noche. Encendiste uno, frunciste el entrecejo. Javier sacó de la maleta los pantalones de lino azul, los de lino crema, los de seda gris y los estiró, pasó la mano sobre las arrugas y los colgó en los gachos que sonaron como cascabeles de fierro cuando abrió el armario del año de la nana, los corrió, escogió los menos torcidos y regresó a la maleta detenida  sobre el borde de la cama. Tú observaste todos sus movimientos y reíste con el cigarrillo apoyado contra la mejilla.

-Cualquiera diría que piensas quedarte a vivir aquí.

Carlos Fuentes

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miércoles, 4 de mayo de 2022

Borges, el palabrista: 40

(Recogido por Esteban Peicovich)

Estoy sumamente alarmado, pues la Biblia recomienda vivir hasta los setenta y, pasado de ahí, según las Sagradas Escrituras, todo es pesadumbre y tristeza. Mi corazón camina perfectamente, lo cual es malo, porque así no puedo esperar la bendición de un ataque cardiaco.

Jorge Luis Borges

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