jueves, 28 de julio de 2022

La muerte en Samarra

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

-Señor –dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero y le dice:

-Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.

-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza –dice.

-No era de amenaza –responde la Muerte. Sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

Gabriel García Márquez

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jueves, 21 de julio de 2022

El curto oscuro

Hace poco tuve una pesadilla terrible. Soñé que la madre Dolores me ponía unas cuentas larguísimas que nunca me salían. Sumaba una columna y me olvidaba cuánto llevaba, y tenía qu empezar de nuevo, y los ojos de la madre Dolores se ponían rojos como los de los monstruos de los dibujos. Como me puse a llorar, la madre Dolores me cogió de las orejas y con una carcajada de bruja me encerró en el cuarto oscuro hasta el día siguiente. Mi esposa no me cree y quiere saber dónde estuve toda la noche.

Fernando Iwasaki

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viernes, 15 de julio de 2022

El prestigio de los besos

Los veranos son tiempos para recordar o para crear los recuerdos que viviremos más tarde. Hay algo en el sol abrasador, en el brillo deslumbrante, que nos vuelve hacia atrás, cuando los besos eran una promesa escrita en la ventana. Nos preparábamos todo el invierno de los trece años, practicando con el vidrio frío, los besos futuros que daríamos en verano.

No era cosa de reprobar el curso, generalmente dado por una amiga más avezada o por la prima que simulaba saberlo todo ante nuestra inocencia torpe. El prestigio de ser de aquellas que habían besado, nos garantizaba un lugar en el grupo selecto de las que hablaban “cosas de grandes”, cosas importantes, como asuntos de maquillajes, chicos y cómo bailar, (ese era otro curso impartido entre amigos, que enseñaban cómo bailar sin ser apretada, aunque lo que más quisieras era ser apretada por el espinilludo de turno).

Los besos fueron prestigiosos, admirados en el cine y en la televisión que daba Cine en su Casa a la hora en que simulábamos hacer las tareas, siempre mirando por el rabillo del ojo la pantalla mientras dibujábamos bocas y besos en los cuadernos. Hubo dictadores como Franco, que para desincentivar los “malos” comportamientos”, mandaba a la censura a cortar innumerables escenas de películas en la parte del beso, lo que generaba la idea aterradora de que la simple proximidad embarazaba, puesto que después de la tijera, los protagonistas aparecían con niños recién nacidos y maridos en el brazo. Las abuelas españolas deben haberse sentido en los cielos con esta metodología del terror.

Las bocas estaban en canciones, en pinturas, en fuentes de agua desde cuyos labios manaba líquido frío. Parecían seguir y acosar nuestro imaginario, que soñaba con ese primer beso. En mi caso, fue decepcionante. Aterrada, vi como el muchacho tembloroso, tan aterrado como yo, se inclinaba hacia mí. No cerré los ojos, para registrar en mi memoria cada instante. Iba bien el contacto de labios, hasta que una lengua gomosa se introdujo echándolo todo a perder, la náusea me invadió y corrí a casa. Cuando mis amigas ansiosas inquirieron “¿Escuchaste campanitas?”, impelida a mentir, contesté: “Sí, campanitas”.

Después, tras largas prácticas, comprendí el porqué de su valor.

Ahora que el verano está en la ventana, y que tantos besos han dejado su piel sobre los recuerdos, me gustaría volver a sentir la intensidad de esos besos imaginados, que no se comparan a los de verdad.

Aunque los besos hayan perdido prestigio, los veranos nos despiertan la piel a ellos.

Pía Barros

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viernes, 8 de julio de 2022

Curriculum vitae

La vida de un condenado a cadena perpetua no es más que un legajo en la oficina del penal. Hasta el día en que un funcionario lo abra para anotar la fecha en que será trasladado al archivo “Muertos en prisión”.

Juan Cueto Roig

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sábado, 2 de julio de 2022

Borges, el palabrista: 12

(Recogido por Esteban Peicovich)

A mi bisabuelo paterno le hicieron una operación que apareció en una revista porque en aquel tiempo fue algo notable. No sé cómo la harían porque entonces no existía la anestesia. Tal vez le darían un poco de alcohol. Hay una novela de Melville, el autor de Moby Dick, que sirvió mucho como ballenero y en la marina norteamericana. Él cuenta de una operación a borde de un velero, en alta mar, por el año 1870 o algo así, en que había de amputar la pierna a un marinero. Entonces se reunió toda la tripulación en la cubierta del barco, sacaron al marinero atado a una tabla, lo emborracharon con ron, y luego se dio la orden de empezar a tocar la banda, de modo que el hombre estaba embrutecido por el alcohol, la música, y además llamaron a sus dos mejores amigos, que se fueron encima y le dijeron malas palabras y le rompieron la cara a puñetazos. El marinero trataba de defenderse pero no podía por estar atado, y aprovecharon esto para amputarle la pierna. Se supone que igual sufrió bastante. A mí me hicieron muchas operaciones. En la última la anestesia no duró y el médico me dijo que me iba a doler, pero que estuviera quieto porque si no, me quedaría irremediablemente ciego. Yo sentía el dolor, aunque no era muy fuerte. Si una tierrita en el ojo moleste, cómo no va a molestar un bisturí con los ruidos del raspaje. Pero me quedé quieto a pesar de sentir en mi corazón como martillazos, y lo único que pensé fue en no moverme. Ni siquiera reparaba el resultado: si yo giraba la cabeza, la posibilidad de mi visión había concluido. No, no pensé en Dios. Sólo me preocupé de centrar mi atención en la inmovilidad. Mi madre estaba a mi lado y yo no pensaba en ella, ni en mí, ni en nada. Me decía como un grito: yo no debo moverme.

Jorge Luis Borges

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