Borges, el palabrista: 12
(Recogido por Esteban Peicovich)
A mi bisabuelo paterno le hicieron una
operación que apareció en una revista porque en aquel tiempo fue algo notable.
No sé cómo la harían porque entonces no existía la anestesia. Tal vez le darían
un poco de alcohol. Hay una novela de Melville, el autor de Moby Dick, que
sirvió mucho como ballenero y en la marina norteamericana. Él cuenta de una
operación a borde de un velero, en alta mar, por el año 1870 o algo así, en que
había de amputar la pierna a un marinero. Entonces se reunió toda la
tripulación en la cubierta del barco, sacaron al marinero atado a una tabla, lo
emborracharon con ron, y luego se dio la orden de empezar a tocar la banda, de
modo que el hombre estaba embrutecido por el alcohol, la música,
y además llamaron a sus dos mejores amigos, que se fueron encima y le dijeron
malas palabras y le rompieron la cara a puñetazos. El marinero trataba de
defenderse pero no podía por estar atado, y aprovecharon esto para
amputarle la pierna. Se supone que igual sufrió bastante. A mí me hicieron
muchas operaciones. En la última la anestesia no duró y el médico me dijo que
me iba a doler, pero que estuviera quieto porque si no, me quedaría
irremediablemente ciego. Yo sentía el dolor, aunque no era muy fuerte. Si una
tierrita en el ojo moleste, cómo no va a molestar un bisturí con los ruidos del
raspaje. Pero me quedé quieto a pesar de sentir en mi corazón como martillazos,
y lo único que pensé fue en no moverme. Ni siquiera reparaba el resultado: si yo
giraba la cabeza, la posibilidad de mi visión había concluido. No, no pensé en
Dios. Sólo me preocupé de centrar mi atención en la inmovilidad. Mi madre
estaba a mi lado y yo no pensaba en ella, ni en mí, ni en nada. Me decía como
un grito: yo no debo moverme.
Jorge Luis Borges
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