jueves, 28 de abril de 2022

Álter ego

Un día, cansado ya de ser sólo la sombra del Dr. Jekyll, Mr. Hyde decidió emanciparse y comenzar una nueva vida. Se miró en el espejo y contempló la figura de Jack el Destripador, que le hacía una seña.

Manuel Pastrana Lozano

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jueves, 21 de abril de 2022

Ropa Usada I

Un hombre entra en la tienda. La chaqueta de cuero, gastada, sucia, atrapa su mirada de inmediato. La dependienta musita un precio ridículo, como si quisiera regalársela. Sólo porque tiene un orificio justo en el corazón. Sólo porque tras el cuero, el chiporro blanco tiene una mancha rojiza que ningún detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la calle.

A pocos pasos, unos enmascarados disparan desde un callejón. Una bala hace un giro en ciento ochenta grados de su destino original. Se diría que la bala tiene memoria. Se desvía y avanza, gozosa, hasta la chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El hombre congela la sonrisa ante el impacto. La dependienta corre a desvestirlo y a colgar nuevamente la chaqueta en el perchero.

Lima sus uñas distraída, aguardando.

Pía Barros

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jueves, 14 de abril de 2022

Última escena

Al fin los de la aldea decidieron matar al monstruo. No quisieron creerme cuando las ovejas de la viuda del molinero amanecieron degolladas. Recuerdo sus cuerpos esponjosos, abiertos como granadas y barnizados de luna. Luego vino la matanza de los establos comunales, garañones abiertos en canal y una repugnante sensación de sangre y moscas en la boca. El alcalde insistía en organizar batidas contra lobos, mas yo sabía que ellos no habían sido. Pensaron que estaba ebrio, perturbado, enloquecido, Tampoco me hicieron caso cuando la bestia despedazó a los mendigos y pedigüeños de la villa, ni cuando hallaron en el arroyo los despojos del sacristán, un hombre innecesario. Con los niños fue distinto: cada muerte socavó la confianza en las autoridades y la necesidad de venganza les comunicó a creerme. Por eso han venido trayendo antorchas y lazos, garrotes y hoces, para emboscar la aparición del monstruo. Les pido que aguarden la luna llena y escucho las maldiciones apagadas. Tal vez sigan dudando. Los veo tan asustados restregando sus armas, que no los imagino destrozando a la criatura. Cuando la luna esté en lo alto, me pregunto cuál de ellos me atacará primero.

Fernando Iwasaki

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jueves, 7 de abril de 2022

La mano

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.

Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa como si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentnciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la  pluma para que declarase por escrito. La mono entonces escribió: “Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia”.

Ramón Gómez de la Serna 

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viernes, 1 de abril de 2022

Siempre hay una disculpa para salir a beber

Me compré una barra de bar porque quería dejar de salir a beber por ahí. Nada más montarla, me puse a un lado de la barra y pedí una cerveza. Fui al otro lado y pregunté: “¿Con alcohol o sin alcohol?”. Me cambié otra vez de sitio y contesté: “¡Con alcohol, imbécil!”. “¡Imbécil será usted!”, me respondí. “A mí nadie me trata así”, contesté, “me voy a otro bar”. Al salir di un portazo. Y allí se quedó el otro con su mierda de negocio.

Jesús Alonso

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