Última escena
Al fin los de la aldea
decidieron matar al monstruo. No quisieron creerme cuando las ovejas de la
viuda del molinero amanecieron degolladas. Recuerdo sus cuerpos esponjosos,
abiertos como granadas y barnizados de luna. Luego vino la matanza de los
establos comunales, garañones abiertos en canal y una repugnante sensación de
sangre y moscas en la boca. El alcalde insistía en organizar batidas contra
lobos, mas yo sabía que ellos no habían sido. Pensaron que estaba ebrio,
perturbado, enloquecido, Tampoco me hicieron caso cuando la bestia despedazó a
los mendigos y pedigüeños de la villa, ni cuando hallaron en el arroyo los despojos
del sacristán, un hombre innecesario. Con los niños fue distinto: cada muerte socavó
la confianza en las autoridades y la necesidad de venganza les comunicó a
creerme. Por eso han venido trayendo antorchas y lazos, garrotes y hoces, para
emboscar la aparición del monstruo. Les pido que aguarden la luna llena y
escucho las maldiciones apagadas. Tal vez sigan dudando. Los veo tan asustados
restregando sus armas, que no los imagino destrozando a la criatura. Cuando la
luna esté en lo alto, me pregunto cuál de ellos me atacará primero.
Fernando Iwasaki
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