jueves, 24 de enero de 2019


Escribir

Stevenson estaba escribiendo aquella fábula protagonizada por un objeto cuya posesión proporciona al propietario la satisfacción de todos los deseos, pero que hay que vender antes de morir por un precio inferior al de la compra para evitar la condenación eterna.
Stevenson quería llegar al límite. Saber qué haría el hombre al que se le ofreciese el objeto por la última fracción de moneda existente, el hombre que supiese que no iba a poder venderlo. Lo consultó con Lloyd Osbourne, su hijastro.
-Ese hombre –opino Lloyd- no querrá comprarlo, eso está claro. Pero tampoco lo querrá el penúltimo, porque sabrá que nadie se lo compraría. Y del mismo modo, si el penúltimo no lo quiere, el antepenúltimo tampoco, porque tampoco encontraría comprador. Y retrocediendo así, nadie lo querría comprar.
-Tu razonamiento, Lloyd, es impecable. Eso no resuelve nada. Sólo es un razonamiento. ¿Cuál crees tú, de verdad, que no lo compraría?
Lloyd lo meditó.
-Tú nos harás comprender de que ninguno.

Emilio Gavilanes

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