Escribir
Stevenson estaba
escribiendo aquella fábula protagonizada por un objeto cuya posesión proporciona
al propietario la satisfacción de todos los deseos, pero que hay que vender
antes de morir por un precio inferior al de la compra para evitar la
condenación eterna.
Stevenson quería llegar al
límite. Saber qué haría el hombre al que se le ofreciese el objeto por la
última fracción de moneda existente, el hombre que supiese que no iba a poder
venderlo. Lo consultó con Lloyd Osbourne, su hijastro.
-Ese hombre –opino Lloyd-
no querrá comprarlo, eso está claro. Pero tampoco lo querrá el penúltimo,
porque sabrá que nadie se lo compraría. Y del mismo modo, si el penúltimo no lo
quiere, el antepenúltimo tampoco, porque tampoco encontraría comprador. Y retrocediendo
así, nadie lo querría comprar.
-Tu razonamiento, Lloyd, es
impecable. Eso no resuelve nada. Sólo es un razonamiento. ¿Cuál crees tú, de
verdad, que no lo compraría?
Lloyd lo meditó.
-Tú nos harás comprender de
que ninguno.
Emilio Gavilanes
Imagen:https://www.google.com
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