Parpadeos
Sólo hay tres clases de ciegos ¿O tres es el número perfecto? Está el que no hay explosión ni asamblea
de luciérnagas que los saquen de la sombra profunda. Está el otro, el que aún
ciego, conserva un esbozo de penumbra y al resplandor de un fósforo queda de
pronto en éxtasis y bajo la luz furiosa del mediodía cree que los ojos le
vuelven... Y finalmente está aquel, ese que palpa afanoso los contornos y las
grietas, los movimientos y temblores de
los breves mundos. Ese tercero es el amante.
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