Nocturno
Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre
las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál
será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las
mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se
asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en
el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran
tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes
telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse
a las paredes, como un gato, como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el
lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la
de acariciar algo que duerme. ¡Silencio! –grillo afónico que nos mete en el
oído -cantar de las canillas mal cerradas– único grillo que le conviene a la
ciudad.
Oliverio Girondo

Imagen:https://www.google.com
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