Réquiem por el ave madrugadora
Yo no deseaba
sr enterrado, pues siempre me repugnó la idea de poblar una tumba con la misma
mueca. Me entusiasmaba en cambio imaginar que, aún después de la muerte, mi
corazón podía seguir latiendo, mis ojos gozando de la belleza y mis riñones esculpiendo filosos cálculos dentro
de anónimos cómplices en ese juego irracional y materialista de aferrarse a la
vida. Pero tuve la mala suerte de fallecer antes que mi esposa y mis órganos
nunca fueron donados, ni mis satisfechos escombros desguazados e icinerados. No
hay mejor coartada para el luto que un cadáver, y en lugar de las ascuas
purificadoras sólo tuve flores que al podrirse atrajeron a las primeras moscas
y gusanos. Sobre mi lápida ella representó el doloroso ritual de la etiqueta
fúnebre, y años más tarde dejó de venir cuando decidió rehacer su vida. No hay
mejor afrodisíaco que un cadáver. Después apenas siguieron visitándome mis
hijas, hasta que otros muertos las arrebataron de mi lado. Ahora soy un agujero
más de este gran queso de cemento. Me irrita que todos estén tan quietos, larvando,
en espera de un juicio que nunca
llegará. Ahora que puedo salir lo haré con los primeros rayos del sol. Tengo
hambre, y me pienso comer al primer pájaro que se acerque.
Fernando
Iwasaki
Imagen:https://www.google.com/
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