Derecho
Yo te voy a
sacar derecho, mocoso -le dijo m vecina al hijo y le dobló la espalda con los
golpes.
Orlando Enrique
van Bradan
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Los libros
Tengo un libro titulado El reino
de los réprobos. Tengo otro que se llama Relatos. Tengo uno de tapa verde
Respiración artificial. Y uno francés Robespierre. Todos los libros que tengo
empiezan con erre. Todavía no leí ninguno. Compré algunos en la avenida
Corrientes y otros en la Feria del Libro.
Un día de estos los voy a
leer y después los voy a vender. ¿Para qué los quiero si ya los leí? Además,
¿quién va a notar que los usé? Es posible que los compradores no los lean. El
otro día un tipo dijo por la radio que se venden libros pero que mucha gente
los compra y no los lee. Lo dijo en un tono despectivo, subrayando el ‘pero’ y el ‘no los lee’. Yo no estoy de acuerdo con
él. A mí me parece bien que la gente compre libros y no los lea, Así los
escritores ganan plata y pueden comer, y la gente puede ocupar su tiempo en
cosas más importantes.
Yo creo que con los libros va a pasar algo parecido a lo que ocurrió con las cacerolas de los incas. Las cacerolas fueron hechas por los incas para calentar la sopa. Sin embargo, hoy están en el British Museum para que los turistas les saquen fotos. Por eso yo digo: si nadie se queja de que los peruanos no calienten la sopa en la cacerola de los incas, ¿por qué se quejan de que la gente no lea los libros que compra?
Fabián Vique
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La hiena
La descripción de las hienas debe
hacerse rápidamente y casi como al pasar: triple juego de aullidos, olores
repelentes y manchas sombrías. La punta de plata se resiste, y fija a duras
penas la cabeza de mastín rollizo, las reminiscencias de cerdo y de tigre
envilecido, la línea en declive del cuerpo escurridizo, musculoso y rebajado.
Un momento. Hay que tomar también
algunas huellas esenciales del criminal: la hiena ataca en montonera a las
bestias solitarias, siempre en despoblado y con hocico repleto de colmillos. Su
ladrido espasmódico es modelo ejemplar de la carcajada nocturna que trastorna
el manicomio. Depravada y golosa, ama el fuerte sabor de las carnes pasadas, y
para asegurarse el triunfo en las filas amorosas, lleva un bolsillo de almizcle
corrompido entre piernas.
Antes de abandonar a este cerbero abominable del reino feroz, al necrófilo entusiasmado y cobarde, debemos hacer una aclaración necesaria: la hiena tiene admiradores y su apostolado no ha sido vano. Es tal el animal que más prosélitos ha logrado entre los hombres.
Juan José Arreola
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Amantes
Imposible ignorar la identidad de aquella mujer recostada sobre su pecho. Era su espsa, la madre de sus hijos, quién si no. Pero había regresado del sueño con tantos deseos de dar y recibir, que sucumbió a la fantasía más infame: pensó que era una desconocida y la estrechó cariñosamente entre sus brazos. Ella, envuelta aún en la resaca del sueño, no pudo sospechar que aquellos brazos dulces pertenecían a su marido. Nunca antes, reflexionaron cuando todo hubo acabado, habían sido tan infieles el uno al otro. El llanto de un niño, procedente de uma de las habitaciones contiguas, no hizo sino agrvar el sentimiento. Y no por amor, sino para repartirse la losa de la culpa, volvieron a abrazarse.
Francisco Rodríguez Criado
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El pasajero
Sólo aparece de noche, después de doblar la curva del hotel abandonado. No veo su rostro, pero sé que está en el asiento de atrás porque su silueta se refleja e el espejo retrovisor y su respiración apesta como una muela podrida. Jamás ha pronunciado palabra y cuando se va deja un rastro maloliente de niebla.
Ferando Iwasaki
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La cebra
La cebra toma en serio su visita
apariencia, y al saberse rayada se entigrece. Presa en su enrejado lustroso
vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida: “non serviam”,
declara con orgullo su indómito natural. Abandonando cualquier intento de
sujeción, el hombre quiso disolver el elemento indócil de la cebra, sometida a
viles experiencias de cruza con asnos y caballos. Todo en vano. Las rayas y la
condición arisca no se borran en cebrinos ni en cébrulas.
Con el onagro y el cuaga, la cebra se
complace invalidando la posesión humana del orden de los equinos. ¡Cuántos
hermanos del perro se nos quedaron ya para siempre, insumisos, con oficios de
lobo, de protelo y de coyote?
Limitémonos pues al contemplar s la
cebra. Nadie ha llevado a tales extremos la posibilidad de henchir
satisfactoriamente una piel. Golosas, las ciervas devoran llanuras de pasto africano, a
sabiendas de que ni el corcel árabe ni el pura sangre puede llegar a semejante
redondez de las ancas i a igual finura de cabos. Sólo el caballo przewalski modelo superviviente del arte rupestre, alude un poco al rigor formal de la
cebra.
Insatisfecha de su clara distinción
espacial, las cebras practican todavía su gusto sin límites por las variantes
individuales y no hay una sola que tenga las mismas rayas de la otra. Anónimas
y solípedas, pasean la enorme impronta digital que las distingue: todas las
cebras, paro cada una a su manera.
Es cierto que muchas cebras aceptan de
buen grado dar dos o tres vueltas en la pista del circo infantil. Pero no es
menos cierto también que, fieles al espíritu de la especie, lo hagan siguiendo
en principio de altiva ostentación.
Juan José Arreola
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