El sueño
Soñé que un niño me comía. Desperté sobresaltado. Mi madre me estaba lamiendo. El rabo todavía me tembló durante un rato.
Luis Mateo Díez
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Aves de rapiña
¿Derruida sala de armas o profanada
monástica? ¿Qué pasa con los dueños del libre albedrío?
Para ellos la altura soberbia y la
suntuosa lejanía han tomado bruscamente las dimensiones de un modesto
gallinero, una jaula de alambres que les veda la pura contemplación del cielo
con el techo de láminas.
Todos, halcones águilas o buitres,
repasan como frailes silenciosos su libro de horas aburridas, mientras la
rutina de cada día miserable les puebla el escenario de deyecciones y de
vísceras blandas. Triste manjar para sus picos desgarradores.
Se acabaron para siempre la libertad
entre la nube y el peñasco, los amplios círculos del vuelo y la caza de
altanería. Plumas remeras y caudales se desarrollan en balde; los grafios
crecen, se afilan y de encorvan sin desgaste en la prisión, como los
pensamientos rencorosos de un grande disminuido.
Pero todos, halcones o buitres, disputan
sin cesar en la jaula por el prestigio de su común estirpe carnicera. (Hay
águilas tuertas y gavilanes desplumados).
Entre los blasones impera el blanco
purísimo del Zapilote Rey, que abre entre la carroña sus alas como cuarteles de
armiño en campo de azul, y que ostenta una cabeza de oro cincelado, guarnecida
de piedras preciosas.
Fieles al espíritu de la aristocracia dogmática, los rapaces observan hasta la última degradación su protocolo de corral. En el escalafón de las perchas nocturnas, cada quien ocupa su sitio por rigurosa jerarquía. Y los grandes de arriba, ofenden sucesivamente el timbre de los de abajo.
Juan José Arreola
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La vida en común
Alguien que a toda hora se queja con
amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo,
abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro,
hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que
amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera,
yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo,
hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que
le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a
cada quien según sus necesidades.
Augusto Monterroso
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Mi esquizofrenia
Mi esquizofrenia va de mal en peor:
mi segunda personalidad dice que, como
no se lleva bien con la primera, se aliará con la tercera para mitigar su
soledad. La primera, entre tanto, alega que, por más esfuerzos que hace, no
logra congeniar con la segunda, razón por la cual formará alianza con la
cuarta, habida cuenta de que si la tercera se lleva bien con la segunda, es
imposible que se lleve bien con ella. Afortunadamente, me he podido mantener al
margen de esta absurda disputa y no he sido involucrado en lo que, a todas
luces, es una malsana maraña de incomprensiones.
Armando José Sequeira
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El rinoceronte
El gran rinoceronte se detiene. Alza la
cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería.
Embiste como ariete, con un solo cuerno
de toro blindado, embravecido y cegato, en arranque total de filósofo
positivista. Nunca da en el blanco, pero queda siempre satisfecho de su fuerza.
Abre luego sus válvulas de escape y bufa a todo vapor.
(Cargados con armadura excesiva, los
rinocerontes en celo se entregan en el claro del bosque a un torneo desprovisto
de gracia y destreza, en el que sólo cuenta al calidad medieval del
encontronazo.)
Ya en cautiverio, el rinoceronte es una bestia melancólica y oxidada. Su cuerpo de muchas piezas ha sido armado en los
derrumbaderos de la Prehistoria, con láminas de cuero troqueladas bajo la
presión de los niveles geológicos. Pero en un momento especial de la mañana, el
rinoceronte nos sorprende: de sus ijares enjutos y resecos, como agua que sale
de la hendidura rocosa, brota el gran órgano de vida torrencial y potente,
repitiendo en la punta los motivos cornudos de la cabeza animal, con
variaciones de orquídea, de azagaya y alabarda.
Hagamos entonces homenaje a la bestia
endurecida y abstrusa, porque ha dado lugar a una leyenda hermosa. Aunque
parezca imposible, este atleta rudimentario es el padre espiritual de la
criatura poética que se desarrolla en los tapices de la Dama, el tema del
Unicornio caballeroso y galante.
Vencido por una virgen prudente, el rinoceronte carnal se transfigura, abandona su empuje y se agacela y se arrodilla. Y el cuerpo obtuso de agresión masculina se vuelve ante la doncella una esbelta endecha de marfil.
Juan José Arreola
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