Fracaso
Subir al tercer piso le toma cincuenta y ocho segundos. Decide terminar. Abre la puerta. Naufraga en sus ojos, color de miel.
Felipe Garrido
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Al incontable lector
Los veinticinco microrrelatos que integran este libro son combinaciones de cien palabras. Usted dirá, ¿y a quién le importa cuantas palabras tiene un texto? Yo le responderé que la exactitud es un mérito. Usted me replicará que quiere leer textos buenos, no textos exactos. Yo le señalaré que es difícil dictaminar la bondad o maldad de un texto, en cambio, es fácil contar la cantidad de palabras. Usted alegará que no quiere comprobar, que quiere leer. Yo le contestaré que entiendo su lógica, pero que nuestro dialogo debe terminar porque ya hemos empleado cien palabras.
Fabián Vique
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El oso
Entre la abierta hostilidad del lobo,
por ejemplo, y la abyecta sumisión del mono, que es capaz de sentarse en
familia a desayunar en nuestra mesa,
existe la cordial mesura del oso que baila y monta en bicicleta, pero que puede
excederse y triturarnos el brazo. Con él siempre es posible entablar amistad,
guardando las distancias, si es que no llevamos un panal en la mano. Como su
cabeza oscilante, el alma del oso vacila entre la esclavitud y la rebeldía.
Señal es la condición es el pelaje: si blanco, sanguinaria; si negro,
bondadosa, Por fortuna, el oso manifiesta sus diversos estados de ánimo con
todos los matices del gris y del pardo.
Quienes han encontrado un oso en el
bosque saben que al vernos se pone inmediatamente de pie, con ademán de
reconocimiento y saludo. (El resto de la entrevista depende exclusivamente de
nosotros.) Si se trata de mujeres, nada hay que temer, ya que el oso tiene por
ellas un respeto ancestral que delata claramente su condición de hombre
primitivo. Por mas adultos y atléticos que sean, conservan algo de bebé:
ninguna mujer se negaría a dar a luz un osito. En todo caso, las doncellas
siempre tienen en su alcoba, un peluche, como un feliz augurio de maternidad.
Confesémoslo: tenemos con ellos un común
pasado cavernícola. El oso de la espelunca es el más abundante de los fósiles,
y su distribución acompaña a todas las migraciones humanas de la prehistoria.
En nuestros días, la osera sigue siendo la más confortable de las habitaciones
feroces.
Latinos y germanos estuvieron de acuerdo en rendir culto al oso, bautizando con las derivaciones de su nombre (Ursus y Bera) una extensa serie de santos, de héroes y ciudades.
Juan José Arreola
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Historia fantástica
Cuenta Fray Jerónimo de Zúñiga,
capellán de la prisión del Buen Socorro, en Toledo, que el 7 de junio de 1691
un marinero natural de la Indias Occidentales, de nombre Pablillo Tonctón o
Tunctón, de raza negra, condenado al auto de fe por brujo y otros crímenes
contra Dios, se evadió de la cárcel y de ser quemado vivo pidiendo a sus
guardianes, tres días antes de marchar a la hoguera, una botella y los
elementos necesarios para construir un barco en miniatura encerrado dentro del
frasco. Loa guardianes, aunque el tiempo de vida que le quedaba al reo era tan
breve, accedieron a sus deseos. Al cabo de los tres días el diminuto navío
estaba terminado en el interior del vidrio. La mañana señalada para la ejecución
del auto de fe, cuando los del Santo Oficio entraron en la celda de Pablillo
Tonctón, la encontraron vacía lo mismo que la botella. Otros condenados que
guardaban su turno de morir afirmaron que la noche anterior habían oído un ruido
como de velas, chapoteo de remos y voces de mando.
Marco Denevi
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Cunita de tierra
Un día, el niño triste dijo que
tenía semillas en los dedos de sus manos, pero nadie las regó. Se escondió para
llorar su desdicha a la luz que entraba por los postigos de su incipiente
primavera.
Con el tiempo dejó de estar mustio.
Acurrucado, sobre sus rodillas, no le importó quedarse solo, con sus lágrimas.
Nadie supo cómo, pero cinco pétalos blancos afloraron en cada una de sus manos.
Entonces ya no se ocultó más. Clamó sus colores, porque ahora dormiría en su
cunita de tierra.
Francisco Montero Montero
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El Búho
Antes de devorarlas, el búho dirige
mentalmente a sus presas. Nunca se hace cargo de una rata entera si no se ha formado un previo concepto de cada una de sus partes. La actualidad del manjar
que se palpita en sus garras va haciéndose pasado en la conciencia y preludia
la operación analítica de un lento devenir intestinal. Estamos ante un caso de
profunda asimilación reflexiva.
Con la aguda penetración de sus garfios,
el búho aprehende directamente el objeto y desarrolla su peculiar teoría del
conocimiento. La cosa en sí (roedor, reptil o volátil) se le entrega no sabemos
cómo. Tal vez mediante el zarpazo invisible de una intuición momentánea: tal
vez gracias a una lógica espera, ya que siempre nos imaginamos el búho como un
sujeto inmóvil, introvertido y poca dado a las efusiones cinegéticas de
persecución o captura. ¿Quién puede asegurar que para las criaturas idóneas no
hay laberintos de sombra, silogismos oscuros que van a dar a la nada tras la
breve cláusula del pico? Comprende el búho que equivale a aceptar esta premisa.
Armonioso capitel de plumas trabadas que apoya una metáfora griega; siniestro reloj de sombra que marca en el espíritu una hora de brujería medieval: ésta es la imagen bifronte del ave que emprende el vuelo al atardecer y que es la mejor viñeta para los libros de filosofía occidental.
Juan José Arreola
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