Se anunciaba con arpegios del piano. Los pequeños, al momento, íbamos a sentarnos a su lado. Cerraba los ojos y tocaba.
-¡Brams! -decía- ¡ahora, Schubert!, ¡Para Elisa!
Sobre una silla abría su maleta. Allí, bayetas, sueños, hilos, cuerdas, arte total, parchecitos, soledades, un martillo, un diapasón y las penurias.
Y… unos cientos de cigarros consumidos en sus más dispares longitudes. Cogía uno cualquiera, lo encendía, inhalaba profundamente sólo una vez y lo apagaba en la suela del zapato. Lo volvía a su maleta y la cerraba.
Como las golondrinas, volvía en cada primavera.
Félix
Félix
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