Era aquella una mujer de edad indefinida, de gesto nostálgico, mirada lejana y manos que tejían historias.
Sembraba los sueños en un pequeño jardín.
No le importaba que fueran de enredadas ilusiones o las pequeñas fantasías de un recién nacido que aún no sabe que inventar, a todos les daba el mismo trato y dedicación.
Al llegar la noche, con organizadas rutinas, justo a la hora en que el sol comienza a ser recuerdo, abría la puerta de su pequeño jardín para que los sueños se fueran libres en el aire en busca de un lugar en el que anidarse.
Los observaba irse, noche tras noche seguía su alocado rumbo hasta que el último de ellos se perdía entre la inmensa oscuridad.
Era en ese instante cuando una pequeña lágrima recorría su mejilla dibujándole una perla en el rostro que parecía de cristal.
De vuelta a su cama le esperaba otra noche de vigilia, de los sueños que esparcía, ninguno con ella se quería quedar.
Andrea Guadalupe.
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