Inesperada despedida
El avaro guardó su tiempo en la caja
del reloj de pared con la idea de conservarlo íntegro, en pacto amigable con
las horas de dulce sonar. Era feliz escuchando sus campanadas. Pero cuando el
avaro quiso darle cuerda a su viejo reloj, los minutillos, como pequeños
roedores, apenas si habían dejado del
queso de su tiempo la última miguita para decir adiós.
Félix
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