domingo, 28 de mayo de 2017

Nómada y  primaveral

Una mañana indeterminada de cada primavera, el sonido de un cuerno distinto al de nuestro doméstico pastor, rasgaba el silencio, despertando al pueblo. Todos sabíamos que el cabrero Gaspar, itinerante y puntual, nos visitaba.
Venía Gaspar con su cabrada profusa y variopinta de chivas negras, blanquinegras, marrones…; chivas grávidas, a punto de parir, recién paridas…; chotillos juguetones de trompeta apuntada; cabrones perfumados de olores sicalípticos y cuernos retorcidos… Venía acompañado de dos anónimos perrillos viejos y fatigados, con los que conversaba y compartía confidencias.
Gaspar instalaba su tenderete en medio de la plaza. Alrededor, y en calles aledañas, dejaba que el rebaño se acomodara a su gusto, buscando afinidades. El pueblo en su totalidad era ocupado, siendo el porche de la iglesia  el aprisco más solicitado, al que con más devoción acudían las cabrillas.
Gaspar y su rebaño permanecían en el pueblo tres días. De mañana efectuaba el ordeño y las mujeres hacían cola para comprarle un jarro de leche. Con la sobrante confeccionaba de forma artesanal y misteriosa unos quesillos de fuerte aroma que vendía por unas monedas y que también tenían gran aceptación.

Puntual e itinerante, Gaspar levantaba su campamento con las primeras luces del tercer día. Las mujeres más madrugadoras se aprestaban a limpiar de cagarrutas sus portales, mientras a lo lejos se iban apagando las esquilas.

Félix

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