Reiniciando
Sólo entonces supo quererme
como siempre soñé que lo hiciera. Sólo aquella noche me abrazó de esa manera
que yo durante años tanto había anhelado, tanto había necesitado. Pegado a mí,
tratando de sentir con su cuerpo cada centímetro del mío, abrazándolo con
fuerza como si con ello pudiera retenerme para siempre, acariciándome el
cabello y besándome con ternura hasta el amanecer. Aspiré cada segundo, cada
porción de su ser que ahora, por fin, era del todo mía.
Pero ya era tarde, y los dos lo
sabíamos. Aquella no era más que una ilusión, un espejismo producto de la
despedida.
Se fue a trabajar muy temprano,
como cada mañana. Me dejó los restos de su café recién hecho. Desayuné con
parsimonia, recogí mis cosas y me fui para siempre. No llevaba conmigo más que
una mochila, mi vieja guitarra colgada al hombro y una gran angustia aferrada a
la boca del estómago. Le amaba con todas mis fuerzas. Pero sabía que nunca más
volvería a sentirme inferior, que nunca
más volvería a olvidarme de mí misma por amor. Sabía que volvía a tener las
riendas de mi vida. Recordé los ensayos, los conciertos, aquella lucha diaria
que había querido, inútilmente, sepultar en la memoria. Me limpié las lágrimas,
cerré la puerta tras de mí y sonreí, por primera vez en mucho tiempo.
Susana Martín Gijón

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