Intervalo de cinco minutos
Yo tenía un amigo llamado
Jacques Dingue que vivía en Perú, a cuatro mil metros de altitud. Partió hace algunos años para explorar aquellas
regiones, y allá sufrió el hechizo de una extraña india que lo enloqueció por
completo y que se pegó a él. Poco a poco fue debilitándose, y no salía siquiera
de la cabaña en que se instalara. Un doctor peruano que lo había acompañado
hasta allí le procuraba cuidados a fin de sanarlo de una demencia precoz que
parecía incurable.
Una noche, la gripe se abatió
sobre la pequeña tribu de indios que había acogido a Dingue. Todos, sin
excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho
indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico
peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima… También mi amigo fue
alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó.
Ahora bien, todos los indios
tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para
vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó
a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado…
Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa,
pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas,
tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola
contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de
vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro la acercaba la cabeza
sosteniéndola por la nariz; pero la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con
demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos
pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquella no
presentaba más que una sola circunvolución y parecía afectar la forma de un par
de nalgas.
Francis Picabia
Imagen:https://www.google.com/
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