El bibliófilo
Durante el velorio del decano
me dedique a curiosear por sus estanterías. Aquel hombre tenía maravillas,
ediciones agotadas y curiosas, libros que jamás poseería. ¿Qué haría la viuda de
su biblioteca? Donarla, venderla o tirarla. Seguro. Por eso aguardé al momento
preciso para embolsarme un volumen de su valiosa colección de crónicas de
Indias. Aquella noche no pude dormir y desperté sudando y sobrecogido. El
decano estaba sentado a los pies de mi cama, mirándome con angustia y
ferocidad. A primera hora de la mañana
quise ir a su casa para devolver el
libro, pero era el entierro y no tuve
más remedio que enfrentarme con su espectro una noche más. Me desperté cubierto
de polvo y tenía los labios azules. Ojeroso, demacrado y lívido, corrí al día
siguiente a su vieja casona. La viuda también tenía mala cara, pero cuando le
dije que venía a entregarle un libro que su marido me había prestado, una luz
de enloquecida maldad reverberó en sus ojeras: “Ese es su problema, joven”. Y
me cerró la puerta. Su traje parecía cubierto de polvo y tenía los labios
azules.
Fernando Iwasaki
Imagen:https://www.google.com/
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