viernes, 19 de noviembre de 2021

El bibliófilo

Durante el velorio del decano me dedique a curiosear por sus estanterías. Aquel hombre tenía maravillas, ediciones agotadas y curiosas, libros que jamás poseería. ¿Qué haría la viuda de su biblioteca? Donarla, venderla o tirarla. Seguro. Por eso aguardé al momento preciso para embolsarme un volumen de su valiosa colección de crónicas de Indias. Aquella noche no pude dormir y desperté sudando y sobrecogido. El decano estaba sentado a los pies de mi cama, mirándome con angustia y ferocidad. A primera hora de  la mañana quise ir a su casa para devolver  el libro, pero era el entierro y  no tuve más remedio que enfrentarme con su espectro una noche más. Me desperté cubierto de polvo y tenía los labios azules. Ojeroso, demacrado y lívido, corrí al día siguiente a su vieja casona. La viuda también tenía mala cara, pero cuando le dije que venía a entregarle un libro que su marido me había prestado, una luz de enloquecida maldad reverberó en sus ojeras: “Ese es su problema, joven”. Y me cerró la puerta. Su traje parecía cubierto de polvo y tenía los labios azules.

Fernando Iwasaki

Imagen:https://www.google.com/

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