La ratonera
Perdí el autobús y tuve que continuar
a pie hasta Plaza de las Ánimas, para tomar el ómnibus de medianoche.
¿Cómo podía zamparse tanta comida por el hocico? Parecía un hámster con el pescuezo inflado de guisantes. Poco a poco advertí con inquietud el insólito aire de familia de los pasajeros del autobús: todos tenían la nariz húmeda de sudor, los pómulos hinchados, la cabeza más bien redonda y unos dientes preparados para roer y destrozar. Uno recordaba a un gorila aconejado, el otro miraba ratonil con sus pequeños ojos de vidrio y juna marmota llena de collares hurgaba entre las uñas hasta ponerse en carne viva sus dedillos como lombrices. Pensé en la mirada felpada del conductor, oí la respiración dental que retumbaba en el autobús y decidí bajarme de aquella ratonera en la siguiente parada. El niño de las palomitas quiere ser el primero en morder. La puerta no se abre.
Fernando Iwasaki
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