jueves, 30 de marzo de 2023

La ratonera

Perdí el autobús y tuve que continuar a pie hasta Plaza de las Ánimas, para tomar el ómnibus de medianoche. No había nadie en el paradero y el frío condensaba fantasmas que brotaban siniestros mientras respiraba A través de la niebla surgió se pronto el autobús. Cuando pagué al conductor me sobrecogió su mirada de peluche triste, como de oso venido a menos o de rata que quiere ir a más. Pensé en que así sería la cara desconsolada del gato de Cheshire y me senté ensimismada en el primer asiento que encontré. El ruido que hacía una señora frente a mí me arrancó de mis ensoñaciones. Aquella señora respiraba el aire a través de los incisivos, arrugando la nariz y levantando el labio superior. Su expresión era desagradable, como de ardilla enferma de obesidad. A su lado un  niño de enormes paletas tragaba voraz un tarro de palomitas.

¿Cómo podía zamparse tanta comida por el hocico? Parecía un hámster con el pescuezo inflado de guisantes. Poco a poco advertí con inquietud el insólito aire de familia de los pasajeros del autobús: todos tenían la nariz húmeda de sudor, los pómulos hinchados, la cabeza más bien redonda y unos dientes preparados para roer y destrozar. Uno recordaba a un gorila aconejado, el otro miraba ratonil con sus pequeños ojos de vidrio y juna marmota llena de collares hurgaba entre las uñas hasta ponerse en carne viva sus dedillos como lombrices. Pensé en la mirada felpada del conductor, oí la respiración dental que retumbaba en el autobús y decidí bajarme de aquella ratonera en la siguiente parada. El niño de las palomitas quiere ser el primero en morder. La puerta no se abre. 

Fernando Iwasaki

Imagen:https://www.blogger.com/

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