El ajolote
Acerca de ajolotes sólo dispongo de dos
informaciones dignas de confianza. Una: el autor de las cosas de la Nueva
España: otra la autora de mis días
¡Simillima mullieribus! Exclamó el
atento fraile al examinar detenidamente las partes idóneas en el cuerpecillo de
esta sirenita de los charcos mexicanos.
Pequeño lagarto de jalea- Gran gusarapo
de cola aplanada y orejas de pólipo coral. Lindos ojos de rubí, el ajolote es
un lingam de transparente ilusión genital. Tanto que las mujeres no deben
bañarse sin precaución, en las aguas donde se deslizan estas imperceptibles y
lucias criaturas. (En un pueblo cercano al nuestro, mi madre trató a una señora
que estaba mortalmente preñada de ajolotes.)
Y otra vez Bernardino Sahín: “… y es
carne delgada muy más que el capón y puede ser de vigilia. Pero altera los
humores y es mala para la continencia. Dijeron que los viejos que comían
axalotl asado que estos pejes venían de una dama principal que estaba con su
costumbre, y que un señor de otro lugar la había tomado por fuerza y ella no quiso
su descendencia, y que se había lavado luego en la laguna que dicen Axoltitlan,
y que de ahí vienen los ajolotes”.
Sólo me queda agregar que Nemilov y Jean
Rostand se han puesto de acuerdo y señalan al ajolote como el cuarto animal que
en todo el reino padece el ciclo de las catástrofes biológicas más o menos
menstruales.
Los tres restantes son la hembra del murciélago, la mujer, y cierta mona antropoide.
Juan José Arreola
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