jueves, 24 de agosto de 2017

Mucho gusto

Se habían encontrado en la barra de un bar, cada uno frente a una jarra de cerveza, y habían empezado a conversar al principio. Como es lo normal, sobre el tiempo y la crisis; Luego, de temas varios, y no siempre racionalmente encadenados. Al parecer, el flaco era escritor, el otro, un señor cualquiera. No bien supo que el flaco era literato, el señor cualquiera, empezó a elogiar la condición de artista, eso que llamaba sencillamente privilegio de poder escribir.
-No crea que es algo tan estupendo –dijo el Flaco-, también hay momentos de profundo desamparo en los que se llega a la conclusión de que todo lo que se ha escrito es una basura; probablemente no lo sea, pero uno así lo cree. Sin ir más lejos,  no hace mucho, junté todos mis inéditos, o sea un trabajo de varios años, llamé a mi mejor amigo y le dije: Mira, esto no sirve, pero comprenderás que para mí es demasiado doloroso destruirlo, así que hazme un favor; quémalos; júrame que los vas a quemar, y me lo juró.
El señor cualquiera quedó muy impresionado ante aquel gesto autocrítico, pero no se atrevió a hacer ningún comentario. Tras un buen rato de silencio, se rascó la nuca y empinó la jarra de cerveza.
-Oiga, don –dijo sin pestañear-, hace rato que hemos hablado y ni siquiera nos hemos presentado, mi nombre es Ernesto Chávez, viajante de comercio –y le tendió la mano.
-Mucho guato –dijo el otro, oprimiéndola con sus dedos huesudos, Franz Kafka, para servirle.

Mario Benedetti

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jueves, 17 de agosto de 2017

Enemistados III

Se levantó temprano, antes que yo. Cuando llegué al lavabo, el muy ladino me había dejado escrito, con carmín, algo así en el espejo:

Mira cómo pasas tú también, jajaja.
Te quiero.
Tu amigo inseparable.

El Tiempo.

Y debajo, un corazón bien rojo.

De encontrármelo allí, ¡le habría roto el espejo en la cabeza a ese viejo caduco!

Féñix

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jueves, 3 de agosto de 2017

La sospecha

Un hombre perdió su hacha y sospechó del hijo del vecino. Observó la manera de caminar del muchacho: exactamente como ladrón. Observó la expresión del joven como la de un ladrón. Observó también su forma de hablar, igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones la denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes de los de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes de los de un ladrón.


Anónimo Chino

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miércoles, 26 de julio de 2017

Principio antes del principio


En la madrugada del mundo, estaban discutiendo el huevo y la gallina sobre quién sería antes, y entonces cantó el gallo.

Félix

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martes, 18 de julio de 2017

Persecuta

Como en tantas y tantas de sus pesadillas, empezó a huir despavorido. Las botas de sus perseguidores sonaban y resonaban sobre las hojas secas. Las omnipotentes zancadas se acercaban a ritmo enloquecido y enloquecedor.
Hasta no hace mucho, siempre que entraba en una pesadilla, su salvación había consistido en despertar, pero a esta altura los perseguidores habían aprendido esa estratagema y ya no se dejaban sorprender.
Sin embargo esta vez volvió a sorprenderlos. Precisamente en el instante en que los sabuesos creyeron que iba a despertar, él, sencillamente, soñó que se dormía.


Mario Benedetti

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martes, 11 de julio de 2017

Titiriteros

En dos carromatos de madera, profusamente adornados con motivos desvaídos por el tiempo y las lluvias, llegaron una tarde cualquiera de verano. Viejos y niños los recibimos en la plaza, y nuestros corazones brincaron con la  alegre novedad. Mientras un joven alto y cetrino desenganchaba los flacos jamelgos, enjaezados con vistosos correajes, de la parte trasera iba descendiendo la troupe. Primero lo hizo un hombre entrado en años, de bigotes enormes, del que llamaba la atención su floreado chaleco con ribetes rojos. Tendió la mano para ayudar a bajar a una mujer oronda, alicatada de carmín y colorete, vestida hasta los pies con ancha falda azulada y tocada de seda vaporosa en forma de turbante. Dos muchachas aparecieron después generosas de escote, de labios y mohnes, rubias como diosas y vestidas de colores transgresores. La mayor acunaba en sus brazos a un bebé que gimoteaba y la otra traía de la mano un niño de unos cuatro años con pelo amarillo y pecas abundantes.
Desde ese momento y desde mis ocho años, sólo tuve ojos para la chica joven, desinteresado por completo por la relación de parentesco que entre ellos pudieran tener. La vi desatar una cabra de uno de los carros, mientras el joven empuñaba una trompeta; el hombre, en cuyo hombro hacía equilibrios una mona, se acoplaba una acordeón; la mujer tomaba un pandero grande y sonoro; la joven del bebé cargaba además con una silla; y el niño pecoso se enganchaba a un cuerno de la cabra.
En tumultuoso jolgorio acompañamos los niños a la troupe en un pasacalles surrealista y festivo. A las órdenes del joven trompetista cesaba la charanga discordante, y anunciaba con voz impostada la “Gran Función a las ocho en el salón de Marina”, mientras la muchacha de mis atenciones descansaba de  su bailoteo insinuante, después de que la cabra se hubiera subido a la silla para hacer piruetas increíbles.
En el Salón de Marina, se hacía baile los domingos, gracias al rasgueo virtuoso que generosamente prodigaban Pedrito y Manuel en sus respectivas  bandurria y guitarra. El Salón de Marina, los días ordinarios, era un bar donde en la noche los hombres, al pie de la barra, llenaban el suelo de cáscaras de cacahuetes y pieles de sardinas saladas, mientras bebían botellines de cerveza. Al salón de Marina me acompañó mi tía Gabriela  después de muchos ruegos y súplicas a mis padres que no estaban por la labor, y nos sentamos en las sillas que traíamos de casa, dispuestos y nerviosos por ver “la gran función”:
Con pretendida gracia y poca voz, el viejo de los mostachos y la señora oronda nos invitaron a reír con un rosario de coplas de picadillo. El joven y la muchacha mayor interpretaron un sketch erótico que el público aplaudió enardecido. Yo esperaba que saliera  la muchacha que me cautivó; y cuando apareció sufrí viendo como su cuerpo semidesnudo se martirizaba en contorsiones imposibles, ya que se doblaba como si careciese de esqueleto interno. El viejo volvió para realizar juegos de magia, llegando a adivinar el nombre de cinco personas del público, escogidas “al azar”. Salió de nuevo el joven para contar chistes verdes. Después de cada uno, el viejo arrancaba unos acordes a la acordeón y las mujeres hacían gestos cómplices, mientras la gente reía. La función terminó cantando juntos todos los artistas una canción húngara lánguida y sentimental.

De vuelta a casa y con las sillas a cuestas, mi tía Gabriela me dijo: “A tus padres no les contaremos todo, ¿eh?”

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martes, 4 de julio de 2017

Excesos de pasión


Nos amamos frecuentemente fundiendo nuestros cuerpos en uno. Sólo nuestros documentos de identidad prueban ahora que alguna vez fuimos dos y aun así enfrentamos dificultades: la plantilla de impuestos, los parientes, la incómoda circunstancia de que nuestros gustos no coinciden tanto como creíamos.

Ana María Shua


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