miércoles, 25 de agosto de 2021

Monsieur le Revenant

Todo comenzó viendo televisión hasta media noche, en uno de esos canales por cable que sólo pasan películas de terror de bajo presupuesto. Luego vinieron el desasosiego y los bares de mala muerte, las borracheras vertiginosas y las cofradías siniestras de madrugada. Por eso perdí mi trabajo, porque dormía de día hasta resucitar en la noche, insomne y hambriento. No es fácil convertirse en un trasnochador cuando toda la vida has disfrutado del sol y de los horarios comerciales, pero la noche tiene sus propias leyes y también sus negocios. Así caí en aquella  mafia de hombres decadentes y mujeres fatales. Malditos sean. Siempre regreso temeroso de las primeras luces del alba para desmoronarme en la cama, donde despierto anochecido y avergonzado sobre vómitos coagulados. Tengo mala cara. Me veo en el espejo y me provoca llorar. Lo del espejo es mentira. Lo de los crucifijos también.

Fernando Iwasaki

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miércoles, 18 de agosto de 2021

Última empresa

Las ideas las tenía yo, ella las ponía en práctica. En general a mí las ideas se me ocurrían cuando espantaba recuerdos o cuando sentado a mi escritorio de ideas jugueteaba con la réplica del puñal de Sandokán, o miraba arder el fuego de la salamandra o miraba el cielo a través de la ventana. Yo hubiera querido, y se lo dije a ella muchas veces, que todas las ideas hubieran sido sometidas a un control estricto de calidad. Yo quería tirar las ideas sobre el escritorio de ideas, atacarlas por los cuatro costados, ver hasta dónde resistían, hasta dónde eran visibles y después hasta dónde eran recitables. Pero ella las ponía en práctica enseguida. Así era ella.

Isidoro Blaisten

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lunes, 9 de agosto de 2021

El uso de una lámpara

-Yo puedo ver en la oscuridad –se jactaba cierta vez Nasrudín en la casa del té.

-Si es así, ¿por qué algunas noches lo hemos visto llevando una lámpara por las calles?

-Es sólo para que los otros no tropiecen conmigo.

Idries Shah

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lunes, 2 de agosto de 2021

Edad

¿Qué se puede hacer en ochenta años? Probablemente, empezar a darse cuenta de cómo habría de vivir y cuáles son las tres o cuatro cosas que valen la pena.

Un programa honesto requiere ochocientos años. Los primeros cien serían dedicados a los juegos propios de la edad, dirigidos por ayos de quinientos años; a los cuatrocientos años, terminada la educación superior, se podría hacer algo de provecho; el casamiento no debería hacerse hasta antes de los quinientos; los últimos cien años de vida podrían dedicarse a la sabiduría.

Y al cabo de los ochocientos años, quizá se comenzase a saber cómo habría que vivir y cuáles son las tres o cuatro cosas que valen la pena.

Un programa honesto requiere ocho mil años…

Ernesto Sábato

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lunes, 26 de julio de 2021

El desterrado

¿A qué le podían condenar después de todo? A destierro. Valiente cosa. Cumpliría la pena alegremente en un  país extranjero en que viviría una nueva vida y recordaría con un largo placer su ciudad y su vida pasada.

En efecto, la sentencia fue el destierro. ¡Pero qué destierro! El tribunal, amigo de aquel hombre autoritario y de inmenso poder a quien él había insultado, queriendo venderle el favor, y ya que no podía sentenciarle a muerte, le desterró a más kilómetros que los que tiene el mundo recorrido en redondo, aunque se encoja, para alargar más la medida, el diámetro que pasa por las más altas montañas. ¿Qué quería hacer con él el tribunal, sentenciándole a un destierro que no podía cumplir?

¡Ah! El tribunal, para agasajar al poderoso ofendido, había encontrado la fórmula de castigarle a muerte, por un delito que no podía merecer esa pena de ningún modo. Había encontrado la manera de ahorcar a aquel hombre, porque no habiendo extensión bastante a lo largo de este mundo para que cumpliese el sentenciado su destierro, habría que enviarle a otro para que ganase distancia.

Y le ahorcaron.

Ramón Gómez de la Serna

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miércoles, 21 de julio de 2021

El salón de bailes sin baños o el rapto de los orinantes

Un pintoresco croquis del atlas señala en la calle Yatay un enorme salón de baile. A  pesar de su lujosa apariencia, el local no tenía baños. Sucedía entonces que los bailarines se veían obligados a abandonar la milonga para pedir permiso en casa vecinas o costearse hasta algún café más hospitalario. Sin embargo los más audaces solían aventurarse en un yuyal cercano que ofrecía una sombría privacidad.  Los Cronistas Soñadores sostienen que nadie regresaba jamás de aquel sitio. Citan el testimonio de más de cuarenta damas abandonadas que en vano esperaron a sus compañeros, a veces en el interior del salón, a veces en la misma vereda del potrero. Los espíritus fantásticos pretenden que los brujos raptaban a los bailarines y los llevaban a sus gabinetes como esclavos o como carnada para atraer a los demonios.  Por esa razón, o quizá por la escasa belleza de las damas asistentes, los jóvenes dejaron de concurrir al salón. Los propietarios hicieron construir baños paro ya era demasiado tarde.

 Alejandro Dolina

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jueves, 15 de julio de 2021

Pundonor

Le vio y se echó a temblar. ¿Le dice algo? ¿No? ¿Sale corriendo del vagón? ¿Esconde la cabeza bajo el bolso? El hombre levanta la mirada cuando el tren frena. Sus ojos se cruzan en el tránsito, sonríen azorados. ¡Cómo es posible que nos encontremos a este lado del mundo, en este tren de cercanías! ¿Cuánto hace que viniste? ¿Tanto? Yo hace apenas un año. ¿Cómo te va? ¡Trabajas? Soy enfermera, dice ella, escondiendo en las mangas sus manos comidas de lejía. ¿Y tú? Yo, periodista, contesta él, tapándose con el periódico los rastros de cemento del jersey.

Inma Luna


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