miércoles, 23 de enero de 2013

Un beso evaporado



René llegó aquella mañana al hospital como solía hacerlo desde hacía meses,
con un clavel rojo en su mano como siempre, para dárselo a Josefina.
Era el único que le hacía alegrar su corazón haciéndola feliz discretamente.
La visitaba en secreto, pues para él era su luz, para ella un aliciente.
Esa mañana iba más feliz que nunca, dispuesto a hacerla olvidar la razón de su estadía en aquel hospital.
Al abrir la puerta de aquel cuarto frío, se encontró con una enfermera al pie de la cama y le preguntó cómo estaba su amada, mientras se inclinaba a besarle la frente.
Su rostro se llenó de dolor, y sin poder evitar las lágrimas, entregó la flor
a la enfermera, pidiéndole por favor que la pusiera en sus manos cuando  la despidieran definitivamente.
Josefina se había cansado de su enfermedad, de estar viendo sufrir a sus padres y a sus hermanas.
El no poder ver tanto a sus hijas como hubiera querido la llenaba de tristeza,
sufría en silencio para que nadie notara su dolor y la falta de cariño de los suyos.
Pese a todo, la angustia y todo sufrimiento que le causaba su estado de salud,
jamás demostró un mínimo gesto de dolor, siempre estaba sonriente y alegre.
Murió con la foto de su único hijo entre sus manos, con la huella de un beso
evaporado, que se ha quedado impreso en el retrato.

Melancolia

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