Al cabo de
varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con
facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre,
excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando
encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba
cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a
gemir viendo largamente a la luna.
Augusto
Monterroso
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