La máquina del tiempo
Terminó por fin de construir el maravilloso
invento: La máquina del tiempo tan largamente soñada en la imaginación de todos
los tiempos, se alzaba ante él como una bella realidad. Tenía la forma de un
cubo de ben tamaño, de reluciente metal pulido, en cuyo interior cabía un
hombre cómodamente sentado, frente a un tablero compuesto de cuadrantes,
manijas, botones, palancas y demás instrumentos propios de semejante aparato.
Tras lo preparativos indispensables, se dispuso a emprender el ansiado viaje.
Nervioso, tomó asiento en el artefacto, hizo girar una perilla hasta que en la
carátula principal apareció la fecha deseada: “UN MILLÓN DE AÑOS A. C.”, y
apretando los dientes, jaló con fuerza el bastón de mando. Un zumbido vertiginoso,
luces multicolores en rapidísima sucesión, la sensación de flotar en el vacío…
y de pronto, la quietud total. Temeroso, pero excitado a la vez, descendió de
la máquina. Se encontró en medio de una extensa planicie, rodeado de exuberante
vegetación primigenia, bajo un calor húmedo, sofocante, y el extraño rumor de
la vida oculta, a la sombra de los volcanes en plena actividad. Contemplaba
fascinado el fantástico escenario, cuando un espantoso rugido lo hizo volverse
bruscamente: una gigantesca criatura, erguida sobre sus dos patas traseras,
cubierta de pelo y con rasgos humanoides, se le venía encima vomitando toda su
furia irracional. Con un movimiento instintivo, echó mano del revolver que
llevaba al cinto, y vació toda su carga sobre aquel primate primordial.
En el mismo instante, él mismo, y con él
incontables millones de evolución, y miles de años de historia y civilización,
y las vidas de millones y millones de hombres y de mujeres, se esfumaron, se
desvanecieron, se perdieron en la nada. Porque en ese instante acababa de
extinguirse irremediablemente el progenitor de toda la raza humana.
Jorge Marín P.
Imagen: https://www.google.es
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