miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Nochebuena?

Era Nochebuena y habíamos terminado de cenar. Faltaba una hora para la Misa del Gallo. Me asomé a la ventana y, a la luz de la farola, contemplé cómo descendían los copos mansamente igual que mariposas blancas. Las trochas del día anterior se habían vuelto a llenar. 
Los chiquillos nos habíamos citado en la plaza junto a la fuente para iniciar el recorrido pidiendo el aguinaldo. Quise estrenar los zuecos de madera, esparto y paciencia que mi abuelo había confeccionado para mí. Cogí la bufanda de lana y me disponía a salir cuando mi madre me obligó a ponerme aquel abrigo nuevo que nada me gustaba, además de un gorro rojo y unos guantes del mismo color.
Íbamos de casa en casa golpeando panderetas y haciendo sonar los almireces. Al llegar a una puerta, Eloy, que tenía la voz potente y buen oído, decía en voz alta el nombre de la dueña y entonaba para que todos le siguiéramos…
Yo era el encargado de llevar el cestillo, y ya iba medio lleno de higos, manzanas, nueces, mazapanes y guirlaches, mientras que Isidro se encargaba de recoger las escasas monedas de los más generosos.
Todo fue bien hasta que llegamos a la puerta de la “bruja”. Nos miramos y en los ojos de todos había una interrogación asustadiza: ni Eloy ni ninguno de nosotros sabía su nombre.
-¡Cristinaaaaa!, ¡Me llamo Cristinaaaaa!, -gritó de pronto “la bruja” desde la oscura escalera, dejándonos sobrecogidos y espantados.

Allí, en la esquina, tembló la luz de la farola; allí, callaron panderos y panderetas; allí, calló también la botella de anís que frotaba Fortunato;  de allí salimos disparados y dispersos; y allí perdió Cecilio su zambomba, que no quiso volver a recoger, por más que le insistimos, después del reagrupamiento y del resuello recobrado.

Félix


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