Sobre el abismo del mar
Siendo ya un anciano,
Turgueniev recordó que de joven hizo una vez la travesía de Hamburgo a
Inglaterra en un mercante en el que era el único pasajero, si exceptuamos una
hembra de mono que un comerciante hamburgués le enviaba a su corresponsal en
Londres. La mona iba encadenada y se pasaba el tiempo forcejeando con la cadena
y gimiendo. Cuando el joven Turgueniev pasaba delante de ella, la pobre
extendía hacia él su manita. Turgueniev se la tomaba y el animal dejaba de
quejarse y se tranquilizaba. El mar y el viento se mantuvieron en calma durante
el viaje y sólo avanzaron porque el barco tenía un motor de vapor. A veces
veían alguna foca que asomaba a la superficie y se volvía a zambullir sin
conseguir remover el agua. El capitán, que constantemente escupía sobre el mar
inmóvil, frustraba con monosílabos los intentos de entablar conversación del
joven Turgueniev, que siempre acababa buscando la compañía de la monita. Ésta
le alargaba la mano y abandonaba su agitación. Se apoyaba en él y así
permanecían horas, contemplando el mar. A veces Turgueniev sentía que él era la
madre para aquella hembra.
Emilio Gavilanes
Imagen:https://www.google.com
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