Epidemia de Dulcineas del Toboso
El peligro está en que más tarde o más
temprano, la noticia llegue al Toboso.
Llegará convertida en fantástica
historia de un joven apuesto y rico que, perdidamente enamorado de una dama
tobosina, ha tenido la ocurrencia (para algunos, la locura) de hacerse
caballero andante. Las versiones orales y disimiles, dirán que don Quijote se ha
prendado de la dama sin haberla visto sino una sola vez y desde lejos. Y que,
ignorando cómo se llama, le ha dado el nombre de Dulcinea. También dirán que en
cualquier momento vendrá al Toboso a pedir la mano de Dulcinea. Entonces las
mujeres del Toboso adoptan un aire lánguido, ademanes de princesa, expresiones
soñadoras, posturas hieráticas. Se les da por leer poemas de un romanticismo
exacerbado. Si llaman a la puerta sufren un soponcio. Andan todo el santo día
vestidas de lo mejor. Bordan ajuares infinitos. Algunas aprenden a cantar y a
tocar el piano. Y todas, hasta las más feas, se miran en el espejo y hacen
caras. No quieren casarse. Rechazan ventajosas propuestas de matrimonio, frunciendo
la boca y mirando lejos, le dicen al candidato: “Disculpe, estoy comprometida
con otro”. Si sus padres les preguntan a qué se debe esa actitud, responden: “No
pretenderán que me case con un cualquiera”. Y añaden: “Felizmente no todos los
hombres son iguales”. Cuando alguien narra en su presencia la última aventura
de don Quijote, tienen crisis histéricas de hilaridad o de llanto. Ese día no
comen y esa noche no duermen. Pero el tiempo pasa, don Quijote no aparece y las
mujeres del Toboso han empezado a envejecer. Sin embargo, siguen bordando al
extremo de leer el libro de Cervantes y juzgarlo un libelo difamatorio.
Marco Denevi
Imagen:https://www.google.com
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