Cobarde
Durante una década su día a día
consistió en torturar a presos políticos, sospechosos de terrorismo y
contrarios al régimen para el cual él trabajaba. Le apodaban “El Arcángel” y tenía entonces el grado de
capitán. Cuando cayó la dictadura, se retiró como teniente coronel, pero nunca
se logró precisar su culpa; tampoco la cantidad de sus víctimas, ni los nombres
de los muertos que dejó tirados en los calabozos y zanjas. Las mujeres que
violó en sucias barracas y los hombres a quienes sacó uñas y ojos quedaron borrados
en expedientes judiciales que nunca se desempolvaron.
En 1992 el torturador se fue a vivir
a un pueblo perdido del norte del país, donde cobraba mes a mes su pensión en
el único cajero instalado a la vera de una estación de combustible. Un día extravió
su tarjeta del cajero automático y debió acudir hasta la ventanilla del banco,
de la ciudad más próxima, para solicitar una nueva. El empleado que trabajaba
sobre una silla de ruedas lo reconoció en el acto: Era “El Arcángel”.
Cuando lo capturaron y lo llevaron
al desierto para matarlo y borrar su
nombre de la faz de la tierra, fue incapaz de morir sin suplicar.
Ernesto Bustos Garrido
Imagen:https://www.blogger.com/
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